martes, octubre 13, 2015
SIN NOVEDAD
Qué tiempos aquellos, y los que nos quedan por padecer.
Apenas comía, sólo lo justo
y cuando el hambre me lloraba encima,
Pero no escatimaba en agua.
Era el ser humano puro. Casi cierto.
Los espasmos del polvo
me golpeaban en las gafas,
y el resoplar del desierto
se moría de una risa metálica
que me cuarteaba los pulmones.
Y alrededor, todo lo que no era yo,
incluida una carabina en mi hombro
que no reconocía.
Por un instante, me acribillaba de paranoias
y maldecía mi suerte al no tener tropas enfrente,
tan sólo el aire, el aire incontenible,
repleto de púas invisibles y colmillos que desorientaban.
Increíble.
Treinta y dos años de servicio para esto.
Y aquí sigo de guardia, sin novedad.
Me alisté con lo justo y por lo justo.
Cedí parte de mis entrañas a otros.
Porque otros llamaban a mis entrañas tripas.
Y no podía permitirlo. Desde luego.
Pero mi peor enemigo
no entiende de contratos,
ni de reglas,
ni de estrategias,
ni de fuerza.
Mi peor enemigo
es el viento de la vida.
Y joder, cómo se mueve.
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