EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.

Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.

Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.

Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.

Firmado: una bomba nuclear tranquila.

jueves, julio 19, 2012

DE NUEVO EN LAS NUBES


Imagino nuestro encuentro. Llevo días con mi cabeza en Madrid, en tu habitación. Me imagino saliendo del metro, mirándote avergonzada y fundiéndonos en un abrazo eterno. Notando tu cuerpo, tus brazos apretándome fuerte; notando tu olor, tu aliento y, finalmente, tus labios. Ya estamos encendidos. Ya sólo pensamos en tu cama. 


Caminamos despacito, abrazados hacia tu casa mientras mantenemos una conversación banal. Tu mente y la mía están perdidas bajo las sábanas. 



Ya en el ascensor -el del espejo- mientras me arreglo el pelo, tú me agarras por detrás. Sonreímos y tu cabeza baja hacia mi cuello. Me hueles, deslizas tu nariz por mi piel, me acaricias con tu cara. Y me besas. Y noto tu aguerrida Gladiadora en mi espalda.



Por fin estamos en tu habitación. Avergonzada, cierro la puerta a mis espaldas, pero me quedo allí. No avanzo. Te acercas despacito con mirada lasciva y tus manos atrapan mi cara. Es un beso salvaje, húmedo y prolongado que demuestra todo lo que nos hemos echado de menos, todo lo que ansiábamos sentir lo que ahora sentimos. 



Y no tardamos en quitarnos la ropa, torpemente porque las prisas no son buenas y nuestros cuerpos están acelerados, la respiración entrecortada y el calor invaIdiendo la habitación. 



La Gladiadora llena de placer mis entrañas. Mi cuerpo se retuerce del gozo, del cariño que me das. Y por fin, el éxtasis del encuentro tan ansiado. Y por fin, de nuevo en las nubes.