EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.

Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.

Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.

Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.

Firmado: una bomba nuclear tranquila.

martes, marzo 28, 2017

NOTA A LOS CREYENTES





La herida de esta canción tiene orificio de entrada y de salida, otra vez. 


Es un lunes de marzo y son las siete y media de la tarde. No tardará en abalanzarse sobre mí esa sombra imperceptible que aparece cuando la tarde se resiste a abandonar el salón de la ciudad por la que transito; camino preocupado por no saber por qué sigo inquieto aunque todo parezca ir medianamente bien. Aunque al llegar a casa me esperen sonrisas y abrazos, comprensión y descanso. En el pecho noto gases volátiles que ladran explosión y muerden pocas deflagraciones definitivas. Los pulmones tienen miedo de expandirse, la boca de mi estómago es una frontera cubierta de alambradas al rojo vivo y yo mantengo el paso sin alzar la vista de una acera que no se solidariza conmigo. Noto los dientes tan apretados como exhaustos y los días venideros son un inestable puente colgante al que me dirijo sin resistirme. Soy 60 kilos de carne magra que no le importan a casi nadie, que a veces lloran y otras se mueren de risa aunque nunca se hayan reído de la muerte. Hoy he visto que me ha salido una cana en esta barba que nunca se tomó mi cara en serio y he cantado una canción de los ochenta mientras revisaba mi dentadura devastada ante el espejo... «¿qué jodiendas me depara el futuro?» A saber, el Imperio de las Desgracias Potenciales es demasiado vasto como para atravesarlo sin que te dispare algún vigía borracho y te deje incrustadas esquirlas de sinvivir en algún rincón de tu cabeza. ¿Y qué hay al otro lado? Es cuestión de fe el creer que hallaré la purificación y el equilibrio interno, a la mayor gloria de Dios y a la mayor paz de quienes han tenido que aguantar mis estupideces al menos una vez en su vida.

Pero tanto me da, hermanos y hermanas: si alcanzo el Nirvana me faltará tiempo para cortarlo en rodajas y echárselo a los perros del infierno, como suelo hacer con todas mis felices victorias.

Porque algunos creyentes no descansamos ni después de muertos, por mucho que se empeñen los curas en decir lo contrario.