EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.

Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.

Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.

Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.

Firmado: una bomba nuclear tranquila.

martes, noviembre 29, 2016

SUBVALERIANA V

Afronto el espinoso verbo de bocas nada crepusculares con la sonrisa de quien sabe romper el plato adecuado a la hora exacta, en el momento más injusto para sus guiados latidos. Patalea una tubería bajo el joven cuello del refugiado entre libros previsibles cada vez que el estanque se hace cárcel y el argumento coz rabiosa a una niebla que creyó domesticada a voluntad. Afronto el lento insulto de bocas demasiado crudas, contemplo desde el balcón a su fracaso lanzándome piedras, recibiéndolas de vuelta en su cara y cosiéndole los ojos a su amo. No hay perros ni avispas que azuzar en mi garganta. No hay clavos que clavar al rojo vivo en este taller sin candados. No hay salvoconducto para el cuchillo. Y, sobre todo, no hay puño que pueda tumbar las olas de la fe: me dejan en la playa de lo visible, por eso no me amarga tragar sal de su agua en tormenta.


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