Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.
Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.
Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.
Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.
Día tercero
del décimo mes
de Mil ochocientos
ochenta y siempre.
En el día de hoy
se ha declarado una fiesta,
un homenaje a las riendas más frías,
más aptas
para la diligencia de los meridianos
y las buenas gentes que los cruzan.
Se besan las víctimas,
estrangulan los mapas
y no habrá desfiles cuando silbe el fin
porque los muertos
no marcan bien el paso,
porque los mutilados
son sólo una parte de sí mismos
incapaz de sostener
conciencias tan metálicas.
Escupir en los laureles
resucita sus hojas secas
y llama a filas a enjambres ocultos.
Floja como un pene adormecido
nuestra saliva se deja caer
elásticamente
desde la frente al labio inferior
de la boca del César. Y su horda,
su horda siente tanto asco
que nos deja pasar. Son ellos,
son ellos quienes trazan
la cicatriz que cruzamos.
Quién podría, pues, entonces
plantarnos al pie de sus oraciones
si tantos nos quieren polen abortivo
con ignoto «skyline» por desagüe.
Y tantos otros
del quebranto expectantes. Lástima
que este éxodo padezca
de circuito cerrado.
Conocen nuestro sabor,
desconocen nuestro saber. Discuten
el valor de un grupúsculo eterno
empeñado en autodestruirse
saltando desde una gran postdata.
Aquí seguir, borrachos de coherencia
esperando a que nos drene el tiempo.
Ya ves, Mallarmé,
tampoco se puede
no gustar a todo el mundo.
Siempre está encendido y explica la casa. Venid. Hay algo vivo dentro del horno y no nos falta la leña. Duran poco los silencios en los infiernos persistentes. Sudor finge ser vidrio entre espectador y verdugo. Porque la puerta es ciega, el humo la guía al desbordarse. Su olor barre nuestros cuerpos a capricho del viento que esté al mando. Y de nuevo apartamos otra pistola plañidera dispuesta a llorar justificaciones. Estamos respirando nuestro segundo bautismo. Esperando inútilmente a que haya calma dentro del horno, a que el grito se haga aroma, su sufrimiento nuestro alimento. Y nos sobra la leña, sus mundos se acaban sin su permiso, se confunden las pieles, la carne no es débil, pero tampoco invencible ante la nuestra. Sin embargo sabemos que los rescoldos son de sueño ligero y que una mano surgirá de entre ellos para golpear el metal con sus secos nudillos. Por eso nunca puede faltar el combustible. Nunca hasta el antirruido. Nunca. Porque bastante condena nos imponen esos recuerdos que al incinerarse dejan en las conciencias un largo perfume a crematorio. Estamos respirando las cenizas que nos explican.
Cuando la civilización clásica que da sentido a la nuestra estaba a punto de caer, el último gran general romano, Flavio Aecio, que aplicó a Atila el martillazo en el hocico que le haría pensarse dos veces humillar al Imperio Romano, murió asesinado en el 454 por el deplorable emperador Valentiniano III. Su muerte significó, apenas veinte años después, la desintegración del Estado más importante de la Historia de la Humanidad: Roma, admirada por chinos incluso a día de hoy, creída mítica y legendaria por los hindúes, inimaginable para las civilizaciones amerindias. Lo que luego se llamó Cristiandad y después -más ampliado- Occidente, sin embargo, fue capaz de sobreponerse al caos y a los intentos de invasiones e imponerse sobre el resto del mundo, expandiendo sus valores, sus virtudes y, por supuesto, sus defectos y miserias.
Desafiando imprudentemente a una gripe a medio curar (así ando hoy, parezco Eros Ramazzotti con Autotune), anoche acudí a un conocido local en el que los miércoles se organizan "jams" de poesía. Durante la velada, un joven leyó un relato escrito por él mismo que básicamente -creo recordar- describía de una manera a mi juicio gratuitamente soez y ramplona la relación ultraviolenta del narrador para con una prostituta a la que sometía a toda clase de vejaciones desgraciadamente más vistas que el Tebeo, suicidándose aquél al concluir el mismo.
Tanto el relato como la forma de leerlo ante el micrófono pareciéronme horrendas. Además, se me hizo demasiado largo para los cinco minutos de cortesía que se les dan a los participantes. En fin, hasta aquí "just the same old shit".
Lo que me pareció inusual fue lo que vino después.
Al final de cada "jam", la dirección del local elige de forma totalmente arbitraria y general (con varios votantes ya fallecidos) a la persona ganadora de la noche. Me parece tan simbólico como divertido. Como ya saben muchos de qué local hablo, sabrán de sobra en qué consiste el premio. Yo lo gané y conservo el trofeo, por supuesto. Vale, me enrollo. Pues bien, la ganadora de la noche fue una chica que, tras haber leído lo que me pareció un enésimo panfleto desbordante de ideología prepúber, aprovechó para tratar de soltar un "speech" contra el chico que había leído el relato al que me he referido más arriba, diciendo que "había sentido ganas de abandonar la habitación", que "las prostitutas eran seres humanos (¡NO! ¿EN SERIO?)" e iba aumentando la gesticulación y el tono. Ay, ya estaba paladeando el aplauso fácil de la masa. Pero entonces...
Entonces, el coordinador de la jam decidió intervenir, a mi juicio, con muy buen criterio. Al igual que yo, y mojándose por su "cargo", dijo que el relato no le había gustado, pero que en ningún momento había dado a entender que realizase apología de la violación o el maltrato, que ni siquiera estaba hablando en su nombre sino por boca de un personaje a todas luces abyecto.
Pero la respuesta de la chica, que no creo que llegue a los veinticinco, me dejó helado. De hecho, creo que fui, de toda la gente asistente, el que más paralizado quedó:
"Da igual, es que eso HA SALIDO DE LA CABEZA DE UNA PERSONA".
Entonces temblé de verdad porque Orwell en algún lugar estaba gritándonos "¡os lo dije!". El crimen mental ha anidado a la santa perfección en cabezas postadolescentes acostumbradas a que todo se les consienta, a afirmar sin rubor que todo lo que no les gusta o les contraría es malo, fascista, machista, racista o antidemocrático. ¿En serio que no les suena esto a algo?
¿Qué clase de Juzgados Populares mentales pueden impedir a alguien hablar de la realidad, triste realidad, sólo porque no nos gusta? ¿No puedo yo escribir una novela pseudoautobiográfica de un pederasta, con todo lujo de detalles acerca de sus tropelías? ¿Eso significa que yo lo sea, que apruebe tales conductas? ¿Son los guionistas de la saga fílmica "Saw" psicópatas, peligrosos trastornados mentales? ¿Estaba loco Anthony Burgess?
¿Qué neopuritanismo es éste? No es que se esté hablando aquí de la defensa de una ofensa deliberada y consciente hacia una persona o colectivo, de la apología de criminales por sus actos con humillación a sus víctimas, no: aquí se está privando al ser humano de mostrar una parte de realidad (o ficción) que no por ser mostrada significa que haya de servir de ejemplo ni mucho menos.
Parece ser que en Italia han decidido modificar la obra "Carmen" para que quien muera al final de la misma sea no la de Ronda, sino su enamorado. Gran gilipollez, dos perspectivas:
La primera: me parece una mierda y un escupitajo a Bizet y Mérimée, pero el artista que haga lo que le venga en gana. Incluso mierdas como éstas.
La segunda: de los creadores del "crimen mental" llega "borremos la Historia, borremos nuestra realidad", con una carga ideológica tan nauseabunda que no sé cómo la gente que ha visto tal cosa sale del teatro con el estómago reposado.
¿Qué tal una Pasión de Cristo en la que antes de subir a los Cielos Jesús llama a su Comando Apostólico y con el apoyo de la artillería aérea celestial se carga al Imperio Romano y convierte a Caifás en una especie de Gargamel Virago?
¿Qué sociedad de anormales está creando Occidente? ¿Tenemos salvación? ¿Están los nuevos Atilas en nuestra casa y no más allá del Danubio? ¿Dónde están los Hijos de Atila? Ni idea.
Sólo digo una cosa más.
Hoy tenemos de guardianes de la civilización a Trump, a Putin (sí, a Putin) y al Papa Francisco. Es lo que hay. No quedan Aecios, troncos.
Ayer, nada más levantarme, tuve una pesadilla horrible: me perseguía una horda civilizada compuesta por una abigarrada mezcla de imbéciles dinámicos.
Fue terrorífico. Hacía mucho tiempo que no sentía la obligación real de aburrirme.
Desbordado por los acontecimientos eché a correr hacia mi casa y hubo suerte: cuando llegué las sábanas aún estaban calientes y ni tu recuerdo ni la cafeína pudieron mantenerme despierto en un mundo que el resto de los mortales se empeña en que yo deteste, eso sí, siempre por mis propios miedos.
"Turbio, insípido, ennegrecido por la quietud de un tiempo que nos insulta ignorándonos." Así me define mi corazón en su biografía no autorizada, a partir de vértices de realidad desde donde cree haberme conocido, con la fe de quienes se saben ciegos. "Tan elástico como un azulejo sobrante disfrutando de su orfandad en un solar, amarrado a una pálida sensación de musgo herido, mutado, sometido al destierro biológico por la polución." Así me describió mi Ángel de la Guarda en su último informe para el Gran Jefe, a sabiendas de que exageraba, a sabiendas de que sus palabras sonaban demasiado humanas, demasiado pedantes. "Máquina cansada pero en activo, pistola antigua al alcance de cualquiera, percutor caprichoso, gatillo condescendiente, arma indolente con muchas ganas todavía de seguir disparando contra conciencias blindadas." Así lo afirma mi cerebro cuando declara como testigo todos los días ante ese Jurado Popular que es mi civilización. La vista es pública, la audiencia, íntima, el juicio, de por vida, y sólo se distingue el timbre de mi llanto, y el tono de mis carcajadas a puerta cerrada, ventanas abiertas, cuando me desbordan mareas de ojos pero baja el volumen de sus críticas. Entonces el momento se hace oportunidad, la oportunidad obligación, la obligación necesidad y la necesidad, alivio aún por padecer. Por eso les digo, hoy que la nada está ahí fuera, que aprovechen, hermanos y hermanas, contemplen el silencio, escriban sobre la piel de su calma y háblense, de vez en cuando, de sí mismos... aunque sea mal.
Pensé que todo seguiría igual
tan sólo porque sigo indultando a las arañas
que recorren la habitación donde, antaño,
solíais compartir esquina, telas y veneno.
Pero no.
Todo es más todo
si la nada no lo es del todo,
si las paredes gritan pudorosas y desnudas,
si la metralla en mi cabeza escupe tu nombre,
si las luces descansan y lloran.
Recobrar el compás que perdí
después del bombardeo
será traición sádica sobre un cuerpo punible
que quiso merecerlo: una victoria
con mirada demasiado triste.
El tiempo es lento taladrando verdades
en la caja de Judas,
pero el serrín que se burla de mis ojos
impide que brote el llanto,
impide que vea con claridad tu sepsis.
La reyerta continúa
aun con tus colmillos in absentia.
Tras la tempestad llega la calma.
Tras la calma, la supervivencia.
La herida de esta canción tiene orificio de entrada y de salida, otra vez.
Es un lunes de marzo y son las siete y media de la tarde. No tardará en abalanzarse sobre mí esa sombra imperceptible que aparece cuando la tarde se resiste a abandonar el salón de la ciudad por la que transito; camino preocupado por no saber por qué sigo inquieto aunque todo parezca ir medianamente bien. Aunque al llegar a casa me esperen sonrisas y abrazos, comprensión y descanso. En el pecho noto gases volátiles que ladran explosión y muerden pocas deflagraciones definitivas. Los pulmones tienen miedo de expandirse, la boca de mi estómago es una frontera cubierta de alambradas al rojo vivo y yo mantengo el paso sin alzar la vista de una acera que no se solidariza conmigo. Noto los dientes tan apretados como exhaustos y los días venideros son un inestable puente colgante al que me dirijo sin resistirme. Soy 60 kilos de carne magra que no le importan a casi nadie, que a veces lloran y otras se mueren de risa aunque nunca se hayan reído de la muerte. Hoy he visto que me ha salido una cana en esta barba que nunca se tomó mi cara en serio y he cantado una canción de los ochenta mientras revisaba mi dentadura devastada ante el espejo... «¿qué jodiendas me depara el futuro?» A saber, el Imperio de las Desgracias Potenciales es demasiado vasto como para atravesarlo sin que te dispare algún vigía borracho y te deje incrustadas esquirlas de sinvivir en algún rincón de tu cabeza. ¿Y qué hay al otro lado? Es cuestión de fe el creer que hallaré la purificación y el equilibrio interno, a la mayor gloria de Dios y a la mayor paz de quienes han tenido que aguantar mis estupideces al menos una vez en su vida.
Pero tanto me da, hermanos y hermanas: si alcanzo el Nirvana me faltará tiempo para cortarlo en rodajas y echárselo a los perros del infierno, como suelo hacer con todas mis felices victorias.
Porque algunos creyentes no descansamos ni después de muertos, por mucho que se empeñen los curas en decir lo contrario.
Puso Dios en mis cántabras montañas
Auras de libertad, tocas de nieve,
Y la vena del hierro en sus entrañas.
Tejió del roble de la adusta sierra
Y no del frágil mirto su corona;
Que ni falerna vid ni ático olivo,
Ni siciliana mies ornan sus campos,
Ni allí rebosan las colmadas trojes,
Ni rueda el mosto en el lagar hirviente;
Pero hay bosques repuestos y sombríos,
Misterioso rumor de ondas y vientos,
Tajadas hoces, y tendidos valles
Más que el heleno Tempe deleitosos,
Y, cual baño de Náyades, la arena
Que besa nuestro mar; y sus mugidos,
Como de fiera en coso perseguida,
Arrullos son a la gentil serrana,
Amor de Roma, y espantable al vasco,
Pobre y altiva, y como pobre hermosa.
No es el risueño Egeo que circundan
Cual ceñidor las Cícladas marmóreas;
Ni el golfo que con dórica armonía
De Nápoles arrulla a la Sirena
Cabe la sacra tumba de Virgilio;
Ni el vago azul de la marina Jonia;
Sino el Ponto que azota a Caledonia,
Y roto entre las Hébridas resuena,
Titán cerúleo que a la yerta gente
Hace temblar en la postrera Tule,
Y cabalga entre nieblas y borrascas
Sobre el inmenso Leviatán, que nutre
Con pestífero aceite la candela
Del céltico arponero. Ni cien carros
De guerra hicieran tan horrible estruendo
En torno de Ilión, como esas olas
Cuando las perlas de Cantabria hieren.
Hoy se vuelven a alzar firmes y rudas,
En son de guerra y vencedor amago,
A renovar el memorable estrago
Que en la Pasión de su Hacedor movieron;
Por eso es hoy más íntima y solemne
La voz de las tormentas boreales,
Mayor su indignación, cuando arrostrarlas
Osa el nauchero de piedad desnudo.
¡Ay! no verá la luz del patrio faro
Sobre el amigo cerro de la costa,
Cual mirada de Dios sobre sus hijos,
Ni su velera y triunfadora nave,
Al arribar, coronará de flores.
¡Piedad, Señor! Sienta tus iras sólo
Rota y hundida la soberbia quilla,
Que oro y baldón conduce a estas arenas,
O el ferrado vapor, en cuyas venas
Corre savia de fuego. Allí la sangre
De nuestra raza va; sobre estos montes
Tendió la emigración sus negras alas;
Llora la esposa en el helado lecho,
Cabe el extinto hogar llora la madre,
El campo desfallece sin cultura,
Y en tórrida región nuestros mancebos
Siega la muerte: ¡que más bien perezcan
Ante las rocas del amado puerto,
Acariciados por maternas olas,
Do lleve el viento el son de las campanas
De la torre natal, a sus oídos!
Pero salva, Señor, el frágil leño
Del pescador que fatigado encuentra
Al fin de su pescar, la red vacía.
Es hijo de aquel pueblo que en tardía
Cadena domeñó la ingente Roma;
Del que a Cannas Aníbal conducía,
De las madres itálicas espanto,
Terror de los vacecos y autrigones;
Del que en la cruz de su triunfal suplicio
El bárbaro cantar de la victoria
De Agripa ante las haces entonaba.
¡Oh, sálvalos, Señor! En ellos corre
Sangre de Bonifaz el de Sevilla,
Del fiero vencedor de la Rochela,
Del que trazó primero en breve carta
La soledad de los indianos mares,
Y en sus bosques logró gigante tumba,
Al impulso de arpón enherbolado.
¡Contémplalos luchar!... ¡Vana esperanza!
Que ni el llanto de madres y de esposas
Las iras quebrará del Oceano,
Ni del hado la ley adamantina...
Mas salvados serán, porque las nieblas
Del mundo material y las del alma
Sólo la tempestad rompe y ahuyenta,
Y es su rojiza luz benigno rayo
De un sol que animará perennes flores.
¡Salvados, sí! Desde el salobre risco
De San Pedro del Mar, un sacerdote
Les dio la bendición. Nada más grande
Ojos humanos contemplar pudieron,
Cual lo que vio la moribunda gente,
Al descender el celestial rocío
Del divino perdón sobre su frente;
Abrirse el cielo, serenarse el mundo,
Entre Dios y la mar la Cruz alzada,
Y descender con palmas y coronas
Las sombras de sus mártires patronos,
Las de los dos celtíberos guerreros.
¡Muerte feliz, entre la paz del cielo
Y el beso de los mares! Cuando vengan
A acariciar la conocida playa,
De barca y pescador traerán los restos
En el cendal de su tejida espuma.
Otro celebre en canto que no muera
La guerra y la ambición, peste del mundo,
Y a la fuerza brutal erija altares.
Yo diré que mis cántabros se hundieron
Con los despojos de su fiel trainera,
Como cae el guerrero en la batalla
Asido al asta de su enseña rota.
¡Y aún es más noble y santa que en el campo,
En el taller la sangre derramada
A impulsos del martillo y de la rueda,
O en el cóncavo seno de los montes,
Al trueno de la pólvora deshechos,
Por donde agita sus humeantes crines
El moderno Tifón, o en los escollos
Do cela el mar sus perlas y corales!
¡Perenne lid con la materia inerte,
Dura labor, pero victoria cierta!
Otro estadio, otra arena, otra cuadriga
Piden en nueva edad cantares nuevos.
¡Dadme el lauro de Olimpia y de Nemea,
Y la frente del mártir del trabajo
Ciña la palma de Elis triunfadora,
Como al atleta coronar solía!
Oye, noble ciudad, luz de Cantabria:
Basta a cubrir las llagas de tu pueblo
Un trozo de tu regia vestidura;
Rásgale, pues, y en tu esplendor no olvides
Que esos del nauta sórdidos harapos,
De su viejo tugurio suspendidos
Y por el vendaval y por los soles
Y por el golpe de las olas rotos,
Te hicieron grande, poderosa y rica.
Verán ustedes: Es pura cuestión de fobia al armatoste, de suerte al esquivar el escupitajo. Una jungla se cruza con otra, hibridan, se injertan, se prenden fuego mutuamente, se apagan en la nada. El vacío es envidioso y violento, obligado por el pánico presumible a azotar sus langostas bajo la mesa de invitados cobardes. Hacia el verano se elevan los tigres de cerebros como ministros sin cartera, apasionante trámite de audiencia en horas siempre altas. Los árboles encogen la mirada cuando ven pasar la fragua y el daño por entre sus ramas pírricas. Verán ustedes: Mamá y papá saben todo esto porque asisten a terapia de parejas. Nos iremos de vacaciones en abril y mamá dejará de preocuparse por el rayón que le hice en el coche. Papá y mamá saben que estoy loca y sólo me preocupa cuando lo olvidan. Están orgullosos de mis hélices, de mis dedos como migajas sangrantes sobre el cabello del inocente, están orgullosos de mis hélices atascadas en las voces del paria. Están orgullosos de mis hélices aunque no existan. Ni ellos ni las hélices. Verán ustedes, verán que alegría cuando se derramen las canas sobre el trago y la sombra de mi soledad. Verán ustedes cuando llegue la necesidad por nada, la necesidad por nadie. Ya lo verán.
Rectilíneo crepitar el de la vela durmiente que se asusta de repente si viénenla a despertar. Esquiva del sol naciente, sueño imposible en el mar, sangra en la sombra al clavar su luz en forma de diente. Terco olor de par en par, aroma espeso y creciente, candela por apagar cuando el alba ya se siente. Con crepuscular motor nace una llama en el alma que quema bajo la palma que se arrima a su calor, parte con borde afilado la carne, por el costado, del negro y seco dolor que es húmedo, blanco, inmenso cuando de día te pienso: quiero velar en mi sueño, ahogarme en tu resplandor tornar mi dormir pequeño, vela en noche por amor.
Y sí, he grabado un vídeo en vertical porque no sabía hacerlo de otra manera me apetecía.
Feliz año nuevo, Gilipollas.
Feliz año nuevo, Gilipollas. Hoy es 1 de enero de 2017 y me apetece llamártelo justo en el momento en que me miras con cara de besugo estreñido al intentar tragar las uvas como si la vida te fuera en ello mientras yo simplemente me hurgo la nariz con desdén.
Sí: eres básica y esencialmente Gilipollas.
Me encanta la palabra que tan bien te describe: Gilipollas. Es más universal que un cargador de Android e inmune a payasadas de género y número. Imperecedera, eterna, global, inclusiva, eufónica en su cacofonía, placentera en la boca de quien la pronuncia investido de justicia y justificación al hacerlo.
Efectivamente, es aplicable a la práctica totalidad de seres vivos, como el Gilipollas de tu perro que se papea su propia mierda humeante en las mañanitas de noviembre; de individuos como el Gilipollas del vecino que se rasca los huevos a la vez que bosteza y exhibe sus fauces malolientes; de personas como la Gilipollas de tu suegra que vigila cada movimiento de su hija como si ésta fuese un puto muñeco sin criterio; de familias Gilipollas como las que se ríen con el mariquita de la tele pero no quieren bujarras en sus cenas de navidad; de tribus Gilipollas que votan a Gilipollas que sintetizan magníficamente la voluntad general de los Gilipollas; de dinastías de Gilipollas a las que aplaudimos como Gilipollas.
Como ves, oh Gilipollas, él es Gilipollas, ella es Gilipollas, ellos son Gilipollas, ellas son Gilipollas. Es una palabra tan invariable como el hecho de que eres Gilipollas, sigues siendo Gilipollas, estés en 2016 o en 2017, en España o pisando boñigas de yac en pleno Tíbet.
Qué más da si eres hombre, mujer, okapi transgénero o bonsai transgénico: eres Gilipollas. Gilipollas que se embadurna en modernidad mientras su mente apesta a cerrilismo cateto, a infantilismo, a ignorancia deliberada, a sectarismo canalla. A tendencia y apariencia, a hipocresía, a doble vara de medir, a rencor prepúber inexplicable, a necesidad de atención a precio de saldo presentada entre trompeteos como rebeldía y lucha.
¿No te das cuenta? Eres Gilipollas. Y me apetecía recordártelo hoy mismo para que lo tengas presente el resto del año.
Si llego a escribirte esto en verso quizá me hubieras prestado más atención porque habrías creído que esto es un poema de los modernos. Porque eres Gilipollas.
Y sí, es cierto: cuando me miro al espejo veo a un Gilipollas, así es, pero con conciencia de auténtico Gilipollas, que no se cree un ser espléndido y especial como tú, como vosotros, como vosotras, como ellos y como ellas, cada vez que escupen a la memoria de Espronceda con sus horribles alardes.
Valientes Gilipollas.
En fin, traga las uvas y, si estás de irte, hazme el favor de cerrar la puerta al salir.
Querida alegría desquiciada, toma asiento entre mis rojizas bisagras de calma.
Deja de golpear los cristales... demasiado frío ahí afuera.
Tres montes me ofrecieron ser feliz, sus lomos serían ángeles dibujando vegas con cálida escarcha; me hablaron de sed, de cuarentena, de estepas preñadas de envidias, de barrancos de lentísima caída, si rompía su círculo previsto.
Así que te envié mil cartas suplicando una visita improbable a mi terco retiro.
Acudiste seguramente para burlarte de tanto yermo tallo.
Pero acabose mi paciencia y cuando atravesaste el recibidor, y te reíste de mis sobras afectivas, soldé cada palmo de la puerta.
Así quedamos encerrados cada cual a su manera, a su modo, a su forma, a su estilo.
Y ahora que estás aquí, te jodes.
Me conocerás cuando sangres tu deuda en mi frente.
Lo que sus ojos dijeron
fue lápiz contra diamante.
Lo que sus ojos dijeron
fueron palabras brillantes,
palabras duras, de hierro
como hierro en bracamarte.
Lo que sus ojos gimieron
bajo frente desplomada
fueron espinosos verbos
dichos, mas sin decir nada.
Lo que sus ojos gritaban
con tímpano a bocajarro
eran voces ignoradas
por tantos burgueses años.
Lo que sus ojos mataban
eran gentes prescindibles,
y el tránsito clareaba
tornándosele invisible.
Lo que sus ojos ansiaban
era haber nacido ciegos.
"Muy mal sus ojos midieron
la anchura de aquesta calle"
decían los enfermeros
que atendieron al cadáver.
Lo que sus ojos lloraron
-atropellados en sangre-
fue que no vivir tapados
causó el terrible desastre.
Y los ojos del difunto
miraron a las estrellas:
por prima vez n'este mundo
mirar les valió la pena.
Lo que sus ojos dijeron
fue siempre tierra entre tierra.
Afronto el espinoso verbo
de bocas nada crepusculares
con la sonrisa de quien sabe
romper el plato adecuado
a la hora exacta,
en el momento más injusto
para sus guiados latidos.
Patalea una tubería bajo el joven cuello
del refugiado entre libros previsibles
cada vez que el estanque se hace cárcel
y el argumento coz rabiosa a una niebla
que creyó domesticada a voluntad.
Afronto el lento insulto
de bocas demasiado crudas,
contemplo desde el balcón a su fracaso
lanzándome piedras,
recibiéndolas de vuelta en su cara
y cosiéndole los ojos a su amo.
No hay perros ni avispas
que azuzar en mi garganta.
No hay clavos que clavar al rojo vivo
en este taller sin candados.
No hay salvoconducto para el cuchillo.
Y, sobre todo,
no hay puño que pueda tumbar
las olas de la fe:
me dejan en la playa de lo visible,
por eso no me amarga
tragar sal de su agua en tormenta.
Pensaba titular esta entrada de forma más vehemente pero me puede la obviedad: sólo pretendo mostrar mi opinión ahora que todo el mundo se cree con capacidad de hacerlo en el ámbito poético. Qué carajo, es muy legítimo expresar un parecer desde el punto de vista personal. Y merced a ello considero que se está dando constantemente bombo a una serie de juntaletras productores de versos de fácil digestión mental y aún mayor fácil excreción. De temática recurrente, manida, ramplona, trotona por lugares comunes y que, siempre en mi opinión, creo que roba al universo poético más que aporta: no, amigos y amigas, el porcentaje de "likes" en las redes sociales no significa nada más que el enésimo fracaso nacido de una esperanza.
No he leído toneladas de poemarios. No soy ni de lejos el mejor creador de sonetos de la Historia. No soy un erudito en la materia. Ni siquiera creo que (al menos por el momento, luego Dios dirá) ninguno de los/as poetas a quienes voy a referirme aquí sean los mejores de la actualidad. Por otra parte, no me cabe duda de que dejaré a un buen número de artistas en el tintero por mi puro desconocimiento de sus obras. Así pues, reitero de nuevo que se trata única y exclusivamente de mi opinión y pido disculpas a quien pudiera sentirse ofendido por mis palabras, si es que se diere el caso.
He prescindido del adjetivo "jóvenes" para referirme a tales poetas por la sencilla razón de que no me parece apropiado compartimentar mis gustos basándome en razones ni de género, ni de raza, ni de ideología ni por supuesto de edad. Por cierto: el orden de aparición no es en absoluto jerárquico o preferencial. Aporto fotos cutres en las que salen mis dedos de porretilla. Es lo que hay, no soy Robert Capa.
Menos mal que Mina Harker barre pa casa...
Jesús, María y José. Dadme fuerzas, no me atrevo a empezar.
Bueno, venga. Que sí. Allá vamos.
(Nota previa 1: que no incluya a otros poetas que me gusta leer simplemente se debe a que ya son lo suficientemente conocidos.)
(Nota previa 2: los y las poetas que voy a mencionar tienen publicados o autopublicados libros de poesía. Espero perpetrar una segunda parte de esta entrada en el blog en la que otros autores/as sin tanta suerte o sin esa pizca de reconocimiento tengan su sitio.)
Alberto Claver
Menos mal que hay una luz que nunca se apaga.
Vicente Drü
Alocadas y bellas arcadas de poesía.
Luis Larraya
Digitoconspiración, con perdón.
Andrés Treceño
Valor añadido, al igual que Claver: escriben en castellano y asturiano. Bravo.
Rocío Acebal
Mi mano no ha embellecido: es la de la propia Rocío.
(Le he "arrobau" la foto)
Martina Garea
Lo simple es bello,
salvo que seas feo y simple como yo
y cuelgues la foto del poema en horizontal.
Óscar Rough
Inviertan en este libro: yo se lo he "afanao" a mi novia, que es mucho más que una inversión.
José Luis Álvarez Gallego
Defenderé siempre la bandera de la Santa Tradición Poética sin despreciar otras.
Gracias por tus clásicos versos, don José Luis.
****************
Y bueno, ya basta por hoy. No he querido, por respeto y por la dificultad que para mí entraña, entrar a valorar la calidad de cada uno de los/las poetas aquí ofrecidos. Sólo les recomiendo encarecidamente que los lean, que disfruten de su trabajo, calidad y estilos. Que la delicadeza, la originalidad y el vocabulario no necesitan vestirse de "me gustas" o "likes" en Instagram.
Que, se lo prometo: cuando uno empieza a buscar más allá de lo tipicucho y comercialoide, encuentra a grandes creadores. Seguiremos informando.
Todos los derechos reservados. Se permite la difusión gratuita de cualquier texto aquí publicado, siempre y cuando quien tenga la intención de hacerlo mencione al autor del mismo. Muchas gracias para quien lo tenga en cuenta y muchas desgracias para quien no.