Día tercero
del décimo mes
de Mil ochocientos
ochenta y siempre.
En el día de hoy
se ha declarado una fiesta,
un homenaje a las riendas más frías,
más aptas
para la diligencia de los meridianos
y las buenas gentes que los cruzan.
Se besan las víctimas,
estrangulan los mapas
y no habrá desfiles cuando silbe el fin
porque los muertos
no marcan bien el paso,
porque los mutilados
son sólo una parte de sí mismos
incapaz de sostener
conciencias tan metálicas.
Escupir en los laureles
resucita sus hojas secas
y llama a filas a enjambres ocultos.
Floja como un pene adormecido
nuestra saliva se deja caer
elásticamente
desde la frente al labio inferior
de la boca del César. Y su horda,
su horda siente tanto asco
que nos deja pasar. Son ellos,
son ellos quienes trazan
la cicatriz que cruzamos.
Quién podría, pues, entonces
plantarnos al pie de sus oraciones
si tantos nos quieren polen abortivo
con ignoto «skyline» por desagüe.
Y tantos otros
del quebranto expectantes. Lástima
que este éxodo padezca
de circuito cerrado.
Conocen nuestro sabor,
desconocen nuestro saber. Discuten
el valor de un grupúsculo eterno
empeñado en autodestruirse
saltando desde una gran postdata.
Aquí seguir, borrachos de coherencia
esperando a que nos drene el tiempo.
Ya ves, Mallarmé,
tampoco se puede
no gustar a todo el mundo.
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