EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.

Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.

Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.

Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.

Firmado: una bomba nuclear tranquila.

miércoles, octubre 28, 2015

SANA Y SALVAJE

Has regresado de tus vacaciones en el vertedero,
sana y salvaje.

Ya estás aquí de nuevo,
lenta y violenta,
como un abrazo de calle en agosto húmedo.

Tan soberbia, tan dispuesta
a sembrarme los ojos de ramas rojas 
y a hacer de mis manos tu instrumento
en el trance de rasgarme las vestiduras.

Aspiro esponjas, escupo aire cínico y resignado,
y ya ni te molestas en humillarme
ni en darme la razón, porque sabes que la volveré a perder.

Vuelve mi osamenta al dique seco,
a la fosa, al pegajoso día a día,
al monzón impávido sobre las sábanas,
al alto horno de la dejadez afectiva.

Y la cremación sólo aviva tu enfado
porque sabes que no puedes consumirme,
ni apagarme. Ni abandonarme.

No puedes.
Porque, Soledad, yo soy tu condena,
tú eres mi esclava, y, por cierto,
de tu hocico a mis suelas
cada vez hay menos paciencia de distancia.

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