EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.

Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.

Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.

Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.

Firmado: una bomba nuclear tranquila.

lunes, octubre 26, 2015

SEGUNDA-FEIRA

Qué rápido se viste de largo la tristeza
y se presenta en sociedad;
se tira un par de días aguantándose el berrinche
y suele estallar a las ocho entre cohortes de resignación.

Algunos finos engranajes de la rutina observan con indiferencia
cómo hiedras cansadas de sí mismas trepan al techo,
heridas por la herencia que es la longevidad 
que les dejó el siglo XX.

El silbato humanoide inmuta mecánicamente al rebaño,
dejen libre el lado izquierdo, que circule el fluido,
que galope entre legañas el remedio contra la pereza,
echando los restos de la resaca por un par de minutos.

Esta canción ya nos la conocemos, 
sin ella el miedo nos pisa al bailar.
Esta canción nos acelera el corazón difunto,
chantajea al cerebro,
acribilla a las ánimas,
secuestra el ánimo,
nos encadena a la máquina hipotética
que en circuito cerrado a cal, arena y canto
nos emplea como voluntario combustible.

Esta canción deja indiferente a cualquiera
que se atreva a esperar en el lado derecho
el ascenso y caída,
la transmisión paciente, mina a través
de suspiros contemporáneos hipotecados.

Qué más puedo decir:
ya es lunes 
y tengo todo el derecho del mundo a deprimirme.

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