martes, noviembre 24, 2015
MI CADÁVER
Mi cadáver sonríe cada vez que recuerda lo mucho que le costó salir del ataúd. Un ataúd de lo más "kitsch", por cierto. No le sirvieron las lecciones tomadas de la reiteración de visionados de "Kill Bill Vol. 2". Sintió una gran decepción cuando se dio cuenta de que las películas de George A. Romero y similares otorgaban una imposible habilidad escapista a unos zombis que nunca conocieron ni de oídas al maestro Pai Mei.
Emergió lleno de tierra mojada y barro. Enfadadísimo. Porque había pedido que lo incinerasen y nadie le había hecho ni puñetero caso.
Ni siquiera habían tenido la deferencia de enterrarlo con ropa de su agrado. Sin chupa de cuero. Sin tirantes, con una camisa color mostaza caducada, corbata de pala ancha con líneas diagonales amarillas y negras. Y sin reloj. Un puto hombre-avispa volvía a caminar por tierras de España, recubierto de suciedad, supuestamente muerto. Y no sabía ni en qué año se encontraba.
Desde mi ubicuidad onírica, en cuanto le vi sacar ese inconfundible bracito de alambre lápida afuera, empecé a gritar que ya era hora, que yo andaba por aquí al lado, que vaya pintas de imbécil me llevaba, que se peinara un poco y que, en definitiva, me prestase un poco de atención. Estaba claro que ni me escuchaba ni tenía intención alguna de hacerlo. ¿Un zombi oyendo voces en su cabeza? ¿volver a la vida y encima esquizofrénico? Mi cadáver se rascó la entrepierna, se estiró con gesto resacoso y se palpó los bolsillos de la americana. Inhumado cuerpo de fumador sin tabaco.
El que no me prestara atención a pesar de mis gritos me enfureció. Empecé a increparle, a perseguirle, a ponerme frente a él como la chica que abronca a Richard Ashcroft en "Bittersweet Symphony" tras haber caminado sobre su coche. Nada. El inmenso imbécil que tengo por cadáver no reparaba en mi presencia e iba tarareando "Get out of your lazy bed" de Matt Bianco en dirección a la salida del camposanto, probablemente loco por hallar un estanco en las inmediaciones.
En ese cuerpo había pernoctado yo durante el largo crepúsculo de mi existencia y ahora, algunos años después de mi desaparición, mi despreocupado cadáver se disponía a vivir su muerte por ahí, tranquilamente y sin ganas de dar explicaciones a nadie. Jodido fiambre.
De esto hace ya unos diez años.
Y yo sigo aquí arriba, chillándole, amenazándole, suplicándole que me obedezca. Sé que me escucha, o al menos me oye, pero no me necesita. Tras un revolucionario cambio de imagen, se ha convertido en un tipo carismático, popular, bien considerado. Liga mucho más que yo. Ni el rigor mortis ni la imparable descomposición de sus tejidos parecen molestar a las mujeres que noche tras noche lo conocen bíblicamente.
Por su culpa, por su culpa, por su gran culpa. Por su culpa no soy un alma en pena, soy un alma encabronada.
Pero bueno... mi cadáver no soy yo, y eso la Humanidad lo agradece. Supongo.
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