lunes, noviembre 16, 2015
CONFESSIO
- Ave María Purísima.
- Sin pecado concebida.
- ¿Cómo estás hijo? ¿Cuánto hace que no te confiesas?
- Mi última confesión fue con catorce años, en 1997.
- Eso es mucho tiempo, hijo. Tendrás mucho que contar.
- Muchísimo. Pero le haré un resumen de los "highlights" si no le importa.
- ¿Jaiqué?
- Nada, padre. Modernidades. Anglicismos. Tengo el día tonto. Ya ve.
- En fin... dime, hijo.
- Pues, padre...
No me acuso de inhumano,
porque nunca he deseado la muerte de nadie.
No me acuso de traidor,
porque siempre he blindado mi palabra.
Sólo he cometido actos puros,
porque siempre fui honesto al perpetrarlos.
No me acuso de infiel, ni de adúltero
porque nunca he roto mis pactos de carne.
No me acuso de impío, ni de profanador,
porque siempre que he blasfemado, ha sido en vacío.
Sólo he cometido el error de la inocencia,
porque nunca he desconfiado de mi imagen y semejanza.
Me acuso de amar al prójimo,
aunque le arrugue la cara y aparente despreciarlo.
- Eso está muy bien, hijo. Pero, ¿cuáles son tus pecados?
- Pues, padre...
Tal vez ultraje mi templo con vapores fariseos,
puede que no oiga misa todos los domingos,
quizás mi pereza sea un castillo pesado y cómodo,
es posible que no muestre aprecio cuando debería,
seguramente cargue demasiadas culpas en lomos ajenos.
Pero, ¿sabe qué?
No es asunto suyo.
Mis pecados no requieren
de funcionarios que los tramiten. Hasta luego.
- Pero hijo...
- No se preocupe, padre. Rezaré por usted y por todos.
Y no sólo eso, obraré,
porque nunca bastó el rezar para soñar,
y mucho menos para afrontar lo real.
No espere a Dios despierto esta noche.
Saldrá conmigo, y yo con Él,
como siempre...
aunque por desgracia,
no siempre esté satisfecho con Su compañía.
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