EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.

Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.

Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.

Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.

Firmado: una bomba nuclear tranquila.

martes, junio 21, 2016

BLUES DE KABUL V: REFLUX

Al habla Émile Hezerrec.


Por favor, discúlpenme,

pero no veo el momento de detenerme.

Navego en esta época
pero remo hacia otros tiempos.
Aunque los arañazos en las palmas de mis manos
sean zanjas para las astillas de la madera que empujo
ante el aplauso hipócrita de admiradores reprimidos.

El público que se queda en la costa
sabe cómo no mojarse,
sabe cuándo apartarse,
sabe cuándo correr y callar
si la mar se pica
y la sangre entre árboles muertos
sabe más salada que nunca
cuando me salpica el rostro.

Me van a perdonar si concedo el mínimo valor
a los ánimos infundidos por voces resguardadas
 mientras huyen y me dan la espalda.

Me van a perdonar también si cuando alcanzare tierra firme
escupiera sobre sus aplausos aburguesados y ociosos.

Incluso me van a perdonar
si trato de cortar sus brazos a golpe de hacha
por ser autores de ovaciones frívolas a gente honesta
y de sinceras ovaciones a gente falsa.

Van a tener que perdonarme,
aunque no me importa si no lo hacen:
yo nunca me he concedido esa gracia
y no voy a exigirle que completen
una tarea aún imposible para mí
a gentes cobardes e incompetentes.

Por favor, discúlpenme,

pero ustedes, los halagadores y los putifans,
los groupies de emociones de digestión facilona,
para mí,
siempre serán heces resecas
porque nunca,
nunca jamás
se mojarán por nosotros.

Corto y cierro.






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