martes, marzo 22, 2016
MANIFIESTO ROMANO Y PLACENTARIO
Sé muy bien quién trajo las serpientes,
muchas hermosas, tranquilas, aparentemente honradas.
Sé muy bien que yo no traje las serpientes.
Vinieron para quedarse.
Porque su nido, decían,
era peligroso para su existencia.
Parecían felices aquí.
Así que,
a algunas las metimos en nuestras casas
en nuestras camas,
porque parecían temblar de frío.
No estuvieron cómodas,
aunque lo tuvieran todo y por nada.
Y entonces,
hubo quienes saltaron de su lecho
mientras pudieron.
Otros quedaron esclavos felices
del reptil, que de vez en cuando
hacía sonar sus lágrimas de cocodrilo.
También algunos lucharon,
o durmieron el sueño de los justos con la Injusticia al lado
para nunca más abrir unos ojos
que ya hacía demasiado tiempo
que conservaban cerrados.
No se quitaron los colmillos,
aunque se lo pedimos,
tratando de besar sus corazones
de ubicación fría y discutible.
No podíamos actuar de otra forma
para no herir sus sentimientos.
Y cuando se notaron fuertes,
llegó su extraño agradecimiento:
Nos mordieron.
Las excusasteis.
"¡No todas nos han mordido!"
Opiné en voz alta
que las serpientes eran demasiadas.
Me mordisteis.
Y ahora nos mordéis lento, violento.
Nos muerden hasta los bípedos,
nos clavan su dentadura y nos marcan.
Pero qué le vamos a hacer,
su ponzoña
no podrá conmigo
ni con mis palabras
ni con quienes bombeamos sangre
auténticamente
invencible ante el terror.
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