Hacen acto de presencia
quienes nunca venían a ver
Calan cigarrillos
mientras destiñen sus telas compungidas
entre baldosas y atmósfera.
Mejor esperar en exteriores,
lejos del alcance de ojos molestos
y del calor aún asfixiante
del cuerpo yacente objeto de su interés
(variable).
Se frotan las manos,
no se sabe si por frío
o por la emoción del cobro,
mientras fingen seguir con interés
(variable)
y en lontananza
las rituales frases de adiós clerical
asincopadamente radiadas
por un viejo funcionario de despedida y cierre.
Y ahora que todo ha terminado
los paraguas de los sinceros se abren,
cubren las cabezas tristes
y sirven de biombo
para no tener que contemplar
el espectáculo de miseria irreconocible
que ya ajenos genes comunes
no tienen empacho en seguir dando.
ni claveles sin fusiles,
ni pactos sin impactos
ni esperma sin matriz yerma.
Porque la ley es, con demasiada frecuencia
injustamente generosa
con quienes se olvidan,
como cerdos deliberadamente amnésicos
de los brazos atentos
que les alzaron del suelo de gravilla,
de las manos amables
que besaron sus rodillas arrasadas,
de los dedos tranquilizadores
que mandaron callar suavemente su llanto.
Correrán, carroñeros, a destripar la ilusión
de una madre muerta para ellos mucho tiempo atrás
pero que no les reportaba los beneficios
que su extinción física actual les proporciona.
Correrán, cobardes, cuando sean expulsados
del templo incorpóreo de dignidad construido
en torno al amor debido de unos pocos
hacia un alma buena.
Y tras el choque de sangre hermana en sus rostros
correrán a comprobar la cuenta corriente, sí.
Sucios hasta el tuétano,
heridos pero felices.
Lo que no han tomado en consideración,
los muy imbéciles,
es que sus hijos y sus hijas
testigos de lujo de la escena familiar
han adquirido por adelantado
la inmoralidad explícita de sus progenitores
y ya están pensando en qué trastero verterlos
cuando sólo sean la incómoda antesala
de
una
puta
herencia de mierda.
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