EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.

Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.

Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.

Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.

Firmado: una bomba nuclear tranquila.

jueves, marzo 03, 2016

CUATRO HOSTIAS Y UN FUNERAL

Fijaos.

Hacen acto de presencia
quienes nunca venían a ver
a quien se acaba de ir.

Calan cigarrillos
mientras destiñen sus telas compungidas
entre baldosas y atmósfera.

Mejor esperar en exteriores,
lejos del alcance de ojos molestos
y del calor aún asfixiante
del cuerpo yacente objeto de su interés
(variable).

Se frotan las manos,
no se sabe si por frío
o por la emoción del cobro,
mientras fingen seguir con interés
(variable)
y en lontananza
las rituales frases de adiós clerical
asincopadamente radiadas
por un viejo funcionario de despedida y cierre.

Y ahora que todo ha terminado
los paraguas de los sinceros se abren,
cubren las cabezas tristes
y sirven de biombo
 para no tener que contemplar
el espectáculo de miseria irreconocible
que ya ajenos genes comunes
no tienen empacho en seguir dando.

Y mañana no habrá
ni claveles sin fusiles,
ni pactos sin impactos
ni esperma sin matriz yerma.

Para ellos, mañana amanecerá,
y para ella no,
y ya es más de lo que merecieran.
Porque la ley es, con demasiada frecuencia
injustamente generosa
con quienes se olvidan,
como cerdos deliberadamente amnésicos
de los brazos atentos
que les alzaron del suelo de gravilla,
de las manos amables
que besaron sus rodillas arrasadas,
de los dedos tranquilizadores
que mandaron callar suavemente su llanto.

Correrán, carroñeros, a destripar la ilusión
de una madre muerta para ellos mucho tiempo atrás
pero que no les reportaba los beneficios
que su extinción física actual les proporciona.

Correrán, cobardes, cuando sean expulsados
del templo incorpóreo de dignidad construido
en torno al amor debido de unos pocos
hacia un alma buena.

Y tras el choque de sangre hermana en sus rostros
correrán a comprobar la cuenta corriente, sí.
Sucios hasta el tuétano,
heridos pero felices.

Lo que no han tomado en consideración,
los muy imbéciles,
es que sus hijos y sus hijas
testigos de lujo de la escena familiar
han adquirido por adelantado
la inmoralidad explícita de sus progenitores
y ya están pensando en qué trastero verterlos
cuando sólo sean la incómoda antesala
de
una
puta
herencia de mierda. 

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