EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.

Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.

Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.

Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.

Firmado: una bomba nuclear tranquila.

jueves, diciembre 10, 2015

NO SD CARD FOUND

Tras cada arcada asomado al balcón del WC,
alzaba la cabeza y allí estaba ella,
con su falange de dientes escoltando la lengua,
siempre dispuesta,
a besar sus ácidas mandíbulas.

Y en cada cruce de labios antitéticos,
se preguntaban
por qué nadie desmenuzaba semejante sabor
con el mismo afán, placer y saña
con que ellos se desvestían la grima sobreentendida.

Porque tres días pueden enterrar mil años de agendas fallidas,
un par de abrazos pueden quemar constelaciones de fotos incómodas.
¿Y qué ejército de traumas resiste 
la sucia bandera blanca en su ropa desordenada?

El cuerpo ebrio trata de ponerse en pie,
patina en medio del sudor, la emesis y la pus del abandono.
Mira a su alrededor, y todo su alrededor es ella.

"Saltemos de alegría", le dice, "ya no hay vecinos abajo".
En la planta superior se escuchan aplausos sordos:
Alguien quiere darles una nueva oportunidad,
cae un mechero por el hueco de la escalera
envuelto en una nota arrugada que les aconseja dulcemente
que enciendan una hoguera con sus recuerdos.


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