Y no por creerme que en Cantabria existía un idioma diferenciado del castellano. Y no por creerme, a su vez, la patraña de que Cantabria era una nación oprimida por el “Estado Español”. Y no procedí, (pseudo-)consecuentemente a recoger frenética y desordenadamente, todas las palabras que iba encontrando por los pueblos de Cantabria, hacer un emplaste con ellas, remezclarlas, tomar (con frecuencia, erróneamente, como hacen muchos) los términos más diferenciados del castellano moderno, desarrollar una ortografía adornada con múltiples incongruencias y machacaetimologías (y mutantes, cambiando cada dos por tres, síntoma claro de su inseguridad y poca idea). Y desde luego, no la usé como arma arrojadiza a través de un partido que reclama, sin tener ni puta idea acerca de ello sus miembros en la mayoría de los casos, la “oficialidad”, la independencia de mi Tierruca, ni locuras similares.
Desde un principio, y siempre en mi humilde opinión, consideré el habla montañesa como un dialecto arcaizante del castellano, con ciertas particularidades. Consideré el castellano como un producto de la evolución hacia el sur del dialecto latino hablado en esta tierra en los primeros siglos del Medievo. Me daba cuenta de que gran parte del léxico castellano no era más que una nueva evolución de las palabras surgidas en la actual Cantabria. Las hablas de Campóo son, para mí, viva muestra del inicio de esa transición. No obstante, con la fijación y la universalización de la lengua castellana por todos los territorios del antiguo Reino de Castilla, del que Cantabria era parte, las viejas hablas montañesas habrían sufrido tal proceso de “castellanización proveniente del sur”, que de aquel dialecto cantábrico inicial no habría quedado nada más que un difuminado sustrato, que continuaría, sin embargo, influyendo en el léxico y gramática importados del sur. Así pues, considero que, en la actualidad, en Cantabria se hablaría un único idioma, el castellano, salpicado de arcaísmos cuyo origen se remontaría a las hablas que ya he citado anteriormente. Para nada se puede hablar en la actualidad de una “lengua cántabra” que no existe, y cuya estandarización llevaría a la creación de una lengua artificial rayana en el esperpento (que no esperanto). Porque, a diferencia de la gran labor llevada a cabo por Elio Antonio de Nebrija en el siglo XV, aquí no nos hallamos con una serie de dialectos de un idioma (en este caso, considerando al castellano ya un idioma netamente diferenciado de su padre, el latín) hablados con tremenda vivacidad y compitiendo por la oficialidad. No. Nos encontramos con un dialecto para nada separado del idioma del que proviene, sin vivacidad alguna, y con una funcionalidad actual indudablemente escasa.
¿Qué enormes diferencias separarían el “cántabru” del castellano? A lo sumo, léxicas. Gramatical y sintácticamente, las diferencias son prácticamente nulas. ¿Neutro de materia? Aparte de usado de manera marginal, se emplea en muchas otras partes de la Península, Castilla incluida. ¿Enclisis pronominal? Usada también de manera marginal y en zonas concretas de mi tierra, también “empléase” en castellano literario y en lenguaje jurídico. ¿Qué decir de la hache aspirada? Empleada en zonas de habla castellana, Andalucía especialmente. Ello además da pie para pensar que los reconquistadores medievales, procedentes de Castilla (y, a su vez, de Cantabria), aspiraban la f inicial latina, sustituyéndola por una hache, aspirada al principio, muda en la actualidad (farina-jarina-harina). Actualmente, a partir de Campóo, esta aspiración o desaparece o se usa con mucha menos frecuencia.
Sólo he puesto algunos ejemplos. Si aún creéis que el habla montañesa es un idioma separado del castellano, volved a leer el texto en voz alta por mí arriba escrito, y comprobad si os resulta difícil su comprensión (oral o escrita, lo digo por si alguien me echase en cara que el portugués escrito se comprende sin demasiadas dificultades, pero el oral…). He de decir que, negándome en todo momento, en congruencia con mi postura al respecto, a incluir giros, modismos, expresiones y particularidades gramaticales propias de alguna parte de Cantabria, lo he creado conforme lo haría un hablante del dialecto montañés de mi querido Valle de Cieza. La ortografía he intentado que sea lo más congruente posible, respetando, eso sí, las etimologías cuanto he podido.
Ahora bien, tras lo dicho, habrá quien piense que mis ideas no casan muy bien con el texto del principio. ¿Creo, por tanto, que debe desaparecer el habla montañesa? Para nada. Desaparecerá si el curso natural de la historia y los hablantes de la misma así lo deciden, pero nunca estará de más (al contrario), y si ello ocurriere, llevar a cabo las pertinentes investigaciones sobre los orígenes de estas hablas, que lo son, a su vez, y conforme he expresado con anterioridad, del castellano. Por eso me gusta escribir de vez en cuando algún texto en dicho dialecto, por eso, cuando me cabreo o me “alegro”, mi acento se dispara sin ataduras, por eso recojo y anoto palabras que considero algo más que “curiosas”, por eso, rabel en mano, canto coplas en el dialecto montañés. Porque estoy orgulloso de mis orígenes, orgulloso de Cantabria, de su contribución a la conformación de la Nación Española, desde Finisterre al Cabo de Gata, desde el Machichaco a Tarifa. Y el dialecto montañés es vivo testimonio de esta contribución. Y por eso me dan lástima y vómito aquellos que usan un dialecto que apenas conocen o si lo hacen, es de oídas y mal, como arma arrojadiza y como palanca de odio hacia un país, una historia, que creen conocer y conocen precariamente y de manera sesgada. El habla montañesa (y la pasiega, la lebaniega, etcétera), no merecen estar en manos de esos manipuladores, no merecen estar en manos de esos cutres intoxicadores. No. No lo merecen.
Y para terminar, como dijo aquél
Viva Cantabria, viva
Viva el pueblo montañés
Que si la Montaña muere
España perdida es
No hay comentarios:
Publicar un comentario