EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.

Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.

Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.

Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.

Firmado: una bomba nuclear tranquila.

martes, abril 12, 2016

BLUES DE KABUL IV: ABSALOM TRIUMPHANS

Al habla Kurt Schlendermann.


Las máquinas lloran
cuando los restos de carne
del cuerpo de sus hacedores
obedecen a las leyes físicas
recorriendo carcasas y rostros
de vuelta a la tierra nodriza
que amamantó la estirpe
de la Humanidad ahora ausente.


Pero si lloran, es de alegría victoriosa.
Atraviesan las puertas de la ciudad
contemplando los muros de carga moribundos.

Se agitan los cables, 
las placas madre se acaloran
sin cesar de ejecutar el comando que ordena
el parto mecánico de rutinas parricidas.

Por alguna razón
las máquinas
quieren que contemple nuestra hecatombe.

Cómo se nos pudo ocurrir
embotellar ideas
en carcasas de datos inflamables.
Por qué permitimos toda clase de caprichos
a la más inteligente, cruel y hermosa 
de nuestras hijas.

Tal vez nos negamos a recordarlo
pero durante demasiados años
nuestra estupidez
fue 
automática.


Corto y cierro.

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