jueves, abril 07, 2016
BLUES DE KABUL III: FATIGADA PUTA FILÓSOFA.
Al habla el Barón Walter Wycroft Widgett.
Era aquél el enésimo día de mi posible existencia.
Y empezaba a tener miedo de mis acólitos.
Y pensé
que mi puta querida
sí que sabe darme placer
al purgarme de fluidos
moviendo los labios,
la lengua,
preparando su cuello para mi alivio,
su templo para mis abluciones.
"¿Estás hoy disponible?" le pregunté.
Encogió sus hombros
y aproveché uno de ellos
para apoyar la cabeza.
Sus clavículas eran
esclusas,
compuertas
de mi pantano de lágrimas.
Le dije:
"No conoces la prédica exacta
si algunos expresan tu misma opinión en todo
y empiezas a tener miedo, mucho miedo."
Me dijo:
"No lo tengas.
En un planeta idílico tampoco estarás a salvo.
Porque hay muchos otros mundos que no lo son,
y si de allí vinieren a visitarnos
yo que tú,
por si acaso,
guardaba un arma bajo la alfombra de bienvenida."
Se despeñaba suavemente mi llanto,
por su pecho abajo,
y moría sediento
de razones para existir.
Quién dijo que los desiertos
eran el final
Le dije:
"Han vuelto a vencer
al hacerme creer, una vez más
que era yo
quien lo había hecho."
Me dijo:
"Sembrar el momento involuntariamente
cultivar el futuro sólo al contemplarlo
para obtener la respuesta;
la vida libre, una victoria silenciosa:
eso sí es el mayor de los triunfos."
Gemí exhausto tras la última gota
que colmó el vaso de su torso en cueros.
En la calle, cinco segundos tras una detonación,
se desparramaban los sesos de algún desgraciado.
La masa encefálica salpicaba,
borrosamente nítida,
los cristales de la ventana de aquel hostal.
Mientras patinaban el hueso y el encéfalo
sobre la pista de sangre en el vidrio,
me sentí proxeneta de unas ideas
que lloraban por algo
en algún lugar,
y me señalaban
con el dedo acusador
de balas escapando de la pólvora.
Pero el desahogo parió mi indolencia.
Mi tabla de salvación,
para mí,
volvía a ser un simple trozo de madera.
Y los trozos de cerebro que seguía resbalando, flojos y
anodinos
sólo parte de la masa gris
que se atragantó con mis planteamientos.
No fui parco en palabras en mi despedida:
"Me gustaría conocerte
sin que me quisieras tan mal
como yo, puta querida
te quiero a ti,
porque a los males que me conforman
los conozco mejor
que al vacío interior
que me horroriza no poder llenar"
Cerré la puerta despacio
pero pude notar claramente
cómo los restos craneales de aquel idiota anónimo
se desprendían del cristal.
Corto y cierro.
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