yo reflexiono,
embadurnado en mi yo,
salpicándoos con mi yo,
joder, qué asco da mi yo.
Hablo con mis poemas,
que se quejan de los herpes que les salen
cuando tienen que compartir escenario
con los de cierta gente.
"Sed fuertes, poemas míos", les digo.
Pienso en algunos de ustedes,
que ni respetan ni creen en lo que escriben.
Literalmente, les pregunto:
¿qué me están contando?
También tengo tiempo de pensar en vosotros,
en aquellos a cuyo rencor respondo con indiferencia,
pero por favor,
ni se os ocurra tomarme por imbécil.
Por disponer, dispongo hasta de unos minutos
dedicados a pensar en esa gente estúpida
que se marea entre los fluidos de su propia colonia.
Cómo disfruto cuando comprendo y apruebo la Justicia Divina.
Ay.
Cuánta corrosión en mi salud de hierro oxidado.
En verdad es cierto.
Últimamente mi negro sobre blanco en el papel
hace mucho más daño a la vista que nunca.
Por eso, al fin,
me atrevo a llamarme poeta.
Pero bueno.
Qué le vamos a hacer,
si encima mi vida es, últimamente,
un "no me jodas" constante.
Así que recoloco el flexo,
que ha decidido apagarse definitivamente.
Ahora sí que se aprecia la claridad del negro
sobre este blanco.
Está la cosa como para ir amando por ahí alegremente, ¿verdad?
Pero amaré, descuiden, amaré.
Amaré, y cuando lo haga,
consideraré ese regalo desinteresado de Dios
un terrible castigo.
Culpa mía y culpa vuestra.
Humanos.
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