lunes, febrero 15, 2016
DESCARRILANDO
Ni el más flexible pulmón oceánico,
generoso en el arte de la piedad por el sentimiento ajeno
es capaz de hacer brotar bajo mi fontanela mal zurcida
una mínima náusea de llanto.
Está el descampado poco dispuesto a ser desbrozado.
Ecos de plancha de acero,
ondas absurdas, sordas, huecas y sacrificios incomprensibles.
Albergues, contraproducentes hospitales de campaña...
Una iglesia hundida sobre sí misma, alrededor del sagrario más tozudo.
Y la tráquea sigue asfixiada por el lodo.
Y aquí no hay quien llore tranquilo.
Impracticable ejercicio de desintoxicación y expurgo:
mientras las ráfagas sigan dando vueltas de campana
de sien a sien,
de nuca a frente,
de pecho a espalda,
de víctima a verdugo,
de madre a hijo,
de hermana a hermano,
de sujeto a objeto,
de dedo índice a acusado,
de mandíbula a culata;
No se podrán exprimir las nubes que anuncian tormenta,
y que ya se arrastran, lánguidas y obesas
con sus ubres lesionándose la piel contra el relieve de sábanas y almohada,
desesperadas por un lloro añejado en barrica
que, por pura misericordia y salud,
abra, sin excusas las esclusas
de estos inflexibles lagrimales míos.
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