EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.

Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.

Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.

Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.

Firmado: una bomba nuclear tranquila.

lunes, junio 12, 2006

Mi primer día en la biblioteca

Pues bueno, llevo aquí desde las 15:00, y son ahora las 20:00. La verdad es que no he parado demasiado, a pesar de que me han ofrecido descansar un rato. Pero hay que dar buena impresión el primer día, qué coño. Además, tampoco es algo tan destructivo esto de ir pasando todos los libros a la base de datos. Monótono a lo sumo. Pero mejor eso que el pico y la pala, seguro. Ahora, cuando termine de clasificar los 18.000 volúmenes que tiene la biblioteca de los Corrales, ya os comentaré.
He empezado clasificando la literatura infantil. He conocido la vida y milagros de un ratoncito llamado Álex, que ojalá hubiese muerto joven el cabronazo, y las angustias vitales de un castor cabezón llamado Simón. Valiente hijo de su madre.
Por cierto, ¡malditos libros para niños de páginas duras! Yo aprendí a leer solo con 3 años fijándome en las ilustraciones y las letras, pero jamás me cargué un libro. Y tampoco es algo tan sorprendente lo que digo. Cuenta la leyenda que el rumbero catalán Peret aprendió a leer fijándose en los carteles de las tiendas. Ni él ni yo usamos el método de aprendizaje consistente en destrozar los libros. Si toda la gente fuese como nosotros, esa mierda de libros que impiden ser correctamente catalogados por la práctica imposibilidad de escribir sobre ellos el número de registro, jamás hubiesen existido.
Ya os contaré con más detenimiento, ya. La cosa promete.

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