EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.

Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.

Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.

Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.

Firmado: una bomba nuclear tranquila.

martes, agosto 02, 2016

BLUES DE KABUL XV: COÁGULOS


(Óleo de Miriam Salgado)

Al habla Émile Hezerrec.

"Esta es mi niña", me dijo.

Y la luz de la terraza
pugnando por derretir los coágulos en su gesto
me la mostró, gritando desde el cielo al balcón.

Hablaron sus cuencas,
repletas de vida precaria.

Respondí:

con empuje, alejamiento,
tan sólo para tomar impulso
y comprender
que tras su mirar ojigigante,
-paradójica aliteración-,
poco de carcajeante se encuentra,
pues no hay risa al traspasar sus esferas.

Breve y violenta fue la percepción
de su palpitar tierno e imprevisible,
ese reclamo de enfermedad y miserias,
aquel fustazo de realidad presente
usurpando las caricias de una justicia extinta
que de ciega y sorda, 
no escuchó los clavos entre carne y madera.

"Esta es mi niña", me dijo su madre.

Y nosotros,
que Dios nos perdone,
somos sus despreciables padres.

Corto y cierro.

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