domingo, octubre 31, 2010
Hoór parlaré meckei...
... dacke qui habituale venet nend. Spero, hoorben, qui ups lextores kännant exkusar et diskulpar diste repentino egozentrismo qui nup bloghe prevalecet.
Nunca me ha importado pedir disculpas, pero sí que me cuesta hacerlo. No es contradictorio. De ahí que no lo haga en castellano.
Una vez dicho esto, saludo al respetable desde mi querida habitación cántabra, ya que, hasta mañana, y desde ayer, será aquí donde pase estos dos días. Como se pueden imaginar, ya estoy haciendo la maleta para irme... y fue ayer cuando comencé a deshacerla. El trabajo ennoblecerá, pero esclaviza nuestro tiempo.
Y mirando algo tan simple como una maleta a medio cerrar, se da cuenta uno de que su interior muchas veces puede ser el espejo de uno mismo. Lógicamente, en función del viaje que se vaya a realizar, su contenido "puede verse sometido a variaciones" (algo así se puede leer en el cuadrante de menús de mi antigua residencia), pero siempre hay un "algo" que define en todo o en parte al propietario. Un mínimo detalle del que se parta es suficiente. Concretamente, en mi maleta, que he usado más que nada como intercambiador de ropa de verano y tardío por ropa de entretiempo e invierno, me he visto. He visto al notas de 27 años que soy. Desde cualquier perspectiva. Desde cualquier ángulo. A cualquier hora. En todo tipo de hábitat. Sólo o acompañado.
Un pelotón de camisas de variados y suaves colores han soltado su olor a recién lavadas cuando he abierto completamente la maleta. Bien dobladas y planchadas, sobrias y elegantes. Algunas, bastante horteras y/o pijas para mi gusto. Gajes del oficio, camaradas y compatriotas. La abogacía, pienso a veces, requiere de una seriedad que tengo que extraer de mí con mucho esfuerzo. Pero eso es lo que he querido ser, y es un precio que he de pagar, y gustoso lo hago.
Nudo gordiano. Nudos marineros. Nudos de corbata: mi asignatura pendiente durante tantos años. Aprobada "raspadita", en el fondo mis rústicos orígenes me dificultaron siempre realizar los en principio simples juegos de manos necesarios para obtener bajo mi nuez un poco de elegancia urbanita. Las corbatas despiertan en mí un sentimiento de amor-odio muy poco común: las de pala estrecha con colores serios (o rojas) me apasionan, mientras que las anchas, con rayas y colores chillones me dan especial grima. En mi maleta, dos humildes corbatas de pala estrecha (negra y gris, respectivamente), se dan de hostias por buscar un hueco entre tanta camisa atufando a lavanda. Me encantan.
Los tirantes no han muerto. Que se lleven poco no quiere decir que su utilidad haya de ser puesta en entredicho. Jamás. Los tengo de tres y de cuatro trabillas, y su comodidad, al menos para mí, es indudable, amén de su elegancia y sencillez. En una esquina, parecen charlar animadamente con la competencia, ese par de correas negras que, a su vez, se miran entre sí con desconfianza. Una con hebilla simple, otra con la Eisernes Kreuz. Ésta dicen que asusta un poco, pero creo que exageran. La ignorancia de muchos la nazifica injustamente.
Dos camisas se sienten marginadas al fondo de la maleta. Una gris sencilla, y una negra de aspecto sacerdotal. No parece recomendable usarlas para ir al trabajo, no. Se merecen mucho más. Se merecen salir un viernes, un sábado, una tarde a tomarse un café y a mancharse de migas y crema de pastel. O de cubata. No son dignas de ser condenadas a restregarse contra una mesa llena de papeles y con un teléfono constantemente sonando a un lado.
Otra camisa, aislada de sus hermanas allá en Madrid, yace tranquila, sin molestar a nadie, en la maleta. Es una de mis queridas camisas de cuadros, prueba del orgullo de mi rusticismo bien exhibido sin tapujos. Os adoro, chicas, pegáis con todo... con todo lo que uno pueda llegar a imaginar: lo campechano, lo rebelde, lo tradicional, lo práctico, lo sencillo, lo gafapasta, lo lesbiano, lo rockero, lo minero, lo agrario, lo informático, hasta hacen juego con los manteles de las comidas campestres.
Tres pantalones se asfixian y amodorran bajo el peso de tanta camisa. Los denominados "pantalones de vestir". Uno negro, otro khaki y otro azul marino. Cómodos tanto para trabajar como para salir. Trillados y valientes, héroes de mil batallas cotidianas, aún vivirán muchas más, Dios mediante. Pero piden sustitutos, y ya empiezan a pedirlo a gritos perfectamente audibles.
Un orgulloso pantalón vaquero negro observa desde la silla el macarrónico conglomerado fashionvictim que alberga mi maleta. Se sabe mi favorito, sabe que difícilmente conocerá un viaje encerrado en un compartimento de autobús o de tren. Como mi cazadora vaquera negra "la Borrega", being weared by Skander since 2002, toda una seña de identidad, con su parche del Ala nº 12 del Ejército del Aire. Paint it black.
Camisetas de manga corta apretujadas completan el magnífico fresco. Negras, rojas y azules. Muy gráficas. Muy prácticas. Y muy informales, por fortuna. Tan válidas en verano como vestimenta principal, como en invierno como prenda "de debajo". Otro clásico
Y al fondo de mi cuarto, impertérritas, enjutas, viejas, preciosas, con kilómetros bajo sus suelas, mis Doctor Martens. Invencibles y duras desde hace ahora seis años. Parece que fue ayer cuando jubilaron a las anteriores, tras otros seis años de fiel servicio. Pronto otras las substituirán, seguramente. Pero, una vez más, serán iguales que las anteriores, idénticas. Impepinablemente.
Cierro la maleta. Y comienzo a encontrar las palabras que pueden autodefinirme, por mucho que digan que nadie sea buen juez de sí mismo.
Sí, efectivamente. Soy un anarcofascista-rockero-siniestro-rústico-retro. Más o menos.
O ni más ni menos. Puf.
Pero sobre todo, un sentimental.
Nunca me ha importado pedir disculpas, pero sí que me cuesta hacerlo. No es contradictorio. De ahí que no lo haga en castellano.
Una vez dicho esto, saludo al respetable desde mi querida habitación cántabra, ya que, hasta mañana, y desde ayer, será aquí donde pase estos dos días. Como se pueden imaginar, ya estoy haciendo la maleta para irme... y fue ayer cuando comencé a deshacerla. El trabajo ennoblecerá, pero esclaviza nuestro tiempo.
Y mirando algo tan simple como una maleta a medio cerrar, se da cuenta uno de que su interior muchas veces puede ser el espejo de uno mismo. Lógicamente, en función del viaje que se vaya a realizar, su contenido "puede verse sometido a variaciones" (algo así se puede leer en el cuadrante de menús de mi antigua residencia), pero siempre hay un "algo" que define en todo o en parte al propietario. Un mínimo detalle del que se parta es suficiente. Concretamente, en mi maleta, que he usado más que nada como intercambiador de ropa de verano y tardío por ropa de entretiempo e invierno, me he visto. He visto al notas de 27 años que soy. Desde cualquier perspectiva. Desde cualquier ángulo. A cualquier hora. En todo tipo de hábitat. Sólo o acompañado.
Un pelotón de camisas de variados y suaves colores han soltado su olor a recién lavadas cuando he abierto completamente la maleta. Bien dobladas y planchadas, sobrias y elegantes. Algunas, bastante horteras y/o pijas para mi gusto. Gajes del oficio, camaradas y compatriotas. La abogacía, pienso a veces, requiere de una seriedad que tengo que extraer de mí con mucho esfuerzo. Pero eso es lo que he querido ser, y es un precio que he de pagar, y gustoso lo hago.
Nudo gordiano. Nudos marineros. Nudos de corbata: mi asignatura pendiente durante tantos años. Aprobada "raspadita", en el fondo mis rústicos orígenes me dificultaron siempre realizar los en principio simples juegos de manos necesarios para obtener bajo mi nuez un poco de elegancia urbanita. Las corbatas despiertan en mí un sentimiento de amor-odio muy poco común: las de pala estrecha con colores serios (o rojas) me apasionan, mientras que las anchas, con rayas y colores chillones me dan especial grima. En mi maleta, dos humildes corbatas de pala estrecha (negra y gris, respectivamente), se dan de hostias por buscar un hueco entre tanta camisa atufando a lavanda. Me encantan.
Los tirantes no han muerto. Que se lleven poco no quiere decir que su utilidad haya de ser puesta en entredicho. Jamás. Los tengo de tres y de cuatro trabillas, y su comodidad, al menos para mí, es indudable, amén de su elegancia y sencillez. En una esquina, parecen charlar animadamente con la competencia, ese par de correas negras que, a su vez, se miran entre sí con desconfianza. Una con hebilla simple, otra con la Eisernes Kreuz. Ésta dicen que asusta un poco, pero creo que exageran. La ignorancia de muchos la nazifica injustamente.
Dos camisas se sienten marginadas al fondo de la maleta. Una gris sencilla, y una negra de aspecto sacerdotal. No parece recomendable usarlas para ir al trabajo, no. Se merecen mucho más. Se merecen salir un viernes, un sábado, una tarde a tomarse un café y a mancharse de migas y crema de pastel. O de cubata. No son dignas de ser condenadas a restregarse contra una mesa llena de papeles y con un teléfono constantemente sonando a un lado.
Otra camisa, aislada de sus hermanas allá en Madrid, yace tranquila, sin molestar a nadie, en la maleta. Es una de mis queridas camisas de cuadros, prueba del orgullo de mi rusticismo bien exhibido sin tapujos. Os adoro, chicas, pegáis con todo... con todo lo que uno pueda llegar a imaginar: lo campechano, lo rebelde, lo tradicional, lo práctico, lo sencillo, lo gafapasta, lo lesbiano, lo rockero, lo minero, lo agrario, lo informático, hasta hacen juego con los manteles de las comidas campestres.
Tres pantalones se asfixian y amodorran bajo el peso de tanta camisa. Los denominados "pantalones de vestir". Uno negro, otro khaki y otro azul marino. Cómodos tanto para trabajar como para salir. Trillados y valientes, héroes de mil batallas cotidianas, aún vivirán muchas más, Dios mediante. Pero piden sustitutos, y ya empiezan a pedirlo a gritos perfectamente audibles.
Un orgulloso pantalón vaquero negro observa desde la silla el macarrónico conglomerado fashionvictim que alberga mi maleta. Se sabe mi favorito, sabe que difícilmente conocerá un viaje encerrado en un compartimento de autobús o de tren. Como mi cazadora vaquera negra "la Borrega", being weared by Skander since 2002, toda una seña de identidad, con su parche del Ala nº 12 del Ejército del Aire. Paint it black.
Camisetas de manga corta apretujadas completan el magnífico fresco. Negras, rojas y azules. Muy gráficas. Muy prácticas. Y muy informales, por fortuna. Tan válidas en verano como vestimenta principal, como en invierno como prenda "de debajo". Otro clásico
Y al fondo de mi cuarto, impertérritas, enjutas, viejas, preciosas, con kilómetros bajo sus suelas, mis Doctor Martens. Invencibles y duras desde hace ahora seis años. Parece que fue ayer cuando jubilaron a las anteriores, tras otros seis años de fiel servicio. Pronto otras las substituirán, seguramente. Pero, una vez más, serán iguales que las anteriores, idénticas. Impepinablemente.
Cierro la maleta. Y comienzo a encontrar las palabras que pueden autodefinirme, por mucho que digan que nadie sea buen juez de sí mismo.
Sí, efectivamente. Soy un anarcofascista-rockero-siniestro-rústico-retro. Más o menos.
O ni más ni menos. Puf.
Pero sobre todo, un sentimental.
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