martes, octubre 26, 2010
Aracnocracia II
Ha vuelto en busca de su venganza. Cual pescador pirado en "Sé lo que hicisteis el último verano". No murió. Ha regresado con sus ganchudas patas, su extraño y pseudomarcial paso... me persigue...
¡PUTA!
Recordará el lector que hace ya unos añitos tuve una ligera controversia con ella. Con ese monstruo dotado de quelíceros y ocho patas, como el ya difunto pulpo Paul. Pero en fea y en letal. Molesta. Infame. Preapocalíptica incluso. El MIEDO en sus más puras esencias. Pues hace apenas 20 minutos...
...He sido protagonista de uno de los mayores ridículos del año. Vayan preparando su proyector de imágenes mentales, que "no tien desperdiciu". Bien entrada la madrugada, como viene siendo habitual, he decidido tomar una ducha pre-cama, de esas calentitas. Pero la cosa ya empezaba a torcerse porque, cuando me coloqué en posición de duchado y me remojé, en el zulo-baño que tengo justo al lado de mi dormitorio, reparé en que no había traído la ropa para cambiarme... "pero a quién se le pasaría por la cabeza salir chorreando de la ducha a por la muda, ya se me ocurrirá algo".
Y nada se me ocurre, pero algo ocurre: la bombona de gas se apollarda, petardea y se apaga. El agua que delicadamente va recorriendo mi musculado y bronceado cuerpo se asemeja cada segundo más a una radial amputándome las extremidades. Grito, blasfemo, tengo la cabeza repleta de champú, espumoso cual botella de sidra "El Gaitero" mareada en el Dragon Khan. Y comienza la segunda parte.
Bajando a la planta baja (no es redundancia, podría haber un sótano, listillos), mojado, con el pelo y el cuerpo completamente enjabonados, y con una toalla a lo Máximo Décimo Meridio versión locaza en apuros, casi me dejo el maxilar superior al resbalar en la cocina. Consigo volver a prender el gas. Y decido ir al baño del piso de abajo, con un plato de ducha más grande y con un espejo para autodesearte mientras te echas el Sánex por la rabadilla. Pero que siempre me ha dado grima. POR ALGO.
Tras aclararme el cuerpo y la cabeza, intento desquitarme estando un ratito de los largos bajo la alcachofa esa, pero el calentador vuelve a sufrir un esparabán y me deja otra vez en una atmósfera más propia de Rodolfo el Langostino. Suficiente, suficiente. Basta. Venga esa toalla... Canto, me seco a conciencia, y cuando voy a usarla de taparrabos para subir arriba y vestirme... LA VEO. Veo a LA PUTA. Ha crecido y engordado. Marronácea. Con cierto estilo. Paseándose por mi toalla. Magnífico. Chorreo agua por doquier, pero alcanzo una de mis chancletas y la intento apartar para que se vaya (empiezo a entender que no se puede hacer otra cosa contra esa inmortal pesadilla patilarga). Se resiste. Y grito, grito desgañitándome:
¡MUERE, CERDA!
Y la aplasto, o eso creo, con la chancla. Miro la suela que ha caído sobre ella. NADA. No está. Y veo que se escabulle por debajo de la toalla que he lanzado al suelo. Bravo. Ideal. Y mi ropa, arriba. Piensa algo, genio.
Y lo pienso. Veo una toalla de alguno de mis compañeros de piso(bajo la mía se halla una amenaza clara) y, chorreando, salgo con ella como puedo, subo las escaleras y me pongo un pantalón de pijama. Sigo completamente mojado, y ya empiezo a pensar que soy el tío más afortunado del mundo. Sin duda, muchacho, sin duda...
5 luces dadas. Una y media de la mañana. El cuerpo del bicho no aparece. Y yo por ahí mojado y en paños más que menores. Moviendo la toalla por el suelo, pisándola con la esperanza de oír un "crofch" que nunca llega. Comienzo a doblarla con miedo más que notable. Y recojo las chanclas con pánico, por si me espera ahí agazapada cual Rambo invertebrado. Las miro y remiro por dentro, desde lejos. No me las pongo, las pongo encima de la toalla doblada y salgo corriendo a mi cuarto. Tiro todo al suelo, lejos de mi cama...
Hasta ahora.
Las arañas gobiernan mi vida, vida que tiene una fecha de caducidad. No como las suyas, al parecer.
Y me están observando a mis espaldas. Lo sé. Y "Ella", nunca mejor dicho, también. Recen por mí.
¡PUTA!
Recordará el lector que hace ya unos añitos tuve una ligera controversia con ella. Con ese monstruo dotado de quelíceros y ocho patas, como el ya difunto pulpo Paul. Pero en fea y en letal. Molesta. Infame. Preapocalíptica incluso. El MIEDO en sus más puras esencias. Pues hace apenas 20 minutos...
...He sido protagonista de uno de los mayores ridículos del año. Vayan preparando su proyector de imágenes mentales, que "no tien desperdiciu". Bien entrada la madrugada, como viene siendo habitual, he decidido tomar una ducha pre-cama, de esas calentitas. Pero la cosa ya empezaba a torcerse porque, cuando me coloqué en posición de duchado y me remojé, en el zulo-baño que tengo justo al lado de mi dormitorio, reparé en que no había traído la ropa para cambiarme... "pero a quién se le pasaría por la cabeza salir chorreando de la ducha a por la muda, ya se me ocurrirá algo".
Y nada se me ocurre, pero algo ocurre: la bombona de gas se apollarda, petardea y se apaga. El agua que delicadamente va recorriendo mi musculado y bronceado cuerpo se asemeja cada segundo más a una radial amputándome las extremidades. Grito, blasfemo, tengo la cabeza repleta de champú, espumoso cual botella de sidra "El Gaitero" mareada en el Dragon Khan. Y comienza la segunda parte.
Bajando a la planta baja (no es redundancia, podría haber un sótano, listillos), mojado, con el pelo y el cuerpo completamente enjabonados, y con una toalla a lo Máximo Décimo Meridio versión locaza en apuros, casi me dejo el maxilar superior al resbalar en la cocina. Consigo volver a prender el gas. Y decido ir al baño del piso de abajo, con un plato de ducha más grande y con un espejo para autodesearte mientras te echas el Sánex por la rabadilla. Pero que siempre me ha dado grima. POR ALGO.
Tras aclararme el cuerpo y la cabeza, intento desquitarme estando un ratito de los largos bajo la alcachofa esa, pero el calentador vuelve a sufrir un esparabán y me deja otra vez en una atmósfera más propia de Rodolfo el Langostino. Suficiente, suficiente. Basta. Venga esa toalla... Canto, me seco a conciencia, y cuando voy a usarla de taparrabos para subir arriba y vestirme... LA VEO. Veo a LA PUTA. Ha crecido y engordado. Marronácea. Con cierto estilo. Paseándose por mi toalla. Magnífico. Chorreo agua por doquier, pero alcanzo una de mis chancletas y la intento apartar para que se vaya (empiezo a entender que no se puede hacer otra cosa contra esa inmortal pesadilla patilarga). Se resiste. Y grito, grito desgañitándome:
¡MUERE, CERDA!
Y la aplasto, o eso creo, con la chancla. Miro la suela que ha caído sobre ella. NADA. No está. Y veo que se escabulle por debajo de la toalla que he lanzado al suelo. Bravo. Ideal. Y mi ropa, arriba. Piensa algo, genio.
Y lo pienso. Veo una toalla de alguno de mis compañeros de piso(bajo la mía se halla una amenaza clara) y, chorreando, salgo con ella como puedo, subo las escaleras y me pongo un pantalón de pijama. Sigo completamente mojado, y ya empiezo a pensar que soy el tío más afortunado del mundo. Sin duda, muchacho, sin duda...
5 luces dadas. Una y media de la mañana. El cuerpo del bicho no aparece. Y yo por ahí mojado y en paños más que menores. Moviendo la toalla por el suelo, pisándola con la esperanza de oír un "crofch" que nunca llega. Comienzo a doblarla con miedo más que notable. Y recojo las chanclas con pánico, por si me espera ahí agazapada cual Rambo invertebrado. Las miro y remiro por dentro, desde lejos. No me las pongo, las pongo encima de la toalla doblada y salgo corriendo a mi cuarto. Tiro todo al suelo, lejos de mi cama...
Hasta ahora.
Las arañas gobiernan mi vida, vida que tiene una fecha de caducidad. No como las suyas, al parecer.
Y me están observando a mis espaldas. Lo sé. Y "Ella", nunca mejor dicho, también. Recen por mí.
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