martes, noviembre 02, 2010
Xh
Es esa clase de chicas a cuyas ventanas cualquier mocito soñador se pasaría la noche tirando piedrecitas. No es mi arquetipo de belleza. Ni siquiera es mi tipo. De edad me queda un poquito a desmano, ¡una pena!. Tiene buen sonreír y buen cuajo y aguante para con el capullo que, entre otras cosas, esto le escribe. Y no parece forzado. Nunca la he visto enfadada.
Observa detenidamente a la gente aunque crea que nadie se da cuenta. Los profesionales de la meticulosidad sí que lo hacemos, pero sabemos perfectamente que, llegado el momento, será una de los nuestros. No hay prisa, esa clase de fallos se corrigen con el tiempo casi siempre. Sobre todo cuando, como ella, abultas poco y pasas desapercibido, a pesar de su particular estilo.
Bien es sabido que entre mis fobias irreversibles se encuentran los pañuelos palestinos. Un ansia pirómana me invade cada vez que detecto uno de esos trapos cerca. Al igual que las rastas, cuyo tacto me causa tanta grima. Pero sin ambas cosas, no sé si el mundo, pero al menos yo, sabemos que no sería lo mismo. Habría una anomalía inexplicable. Uno llega a pensar que en su propia esencia se encuentran enraizadas esas dos características que, en cualquier otra persona, me darían algo más que grima. Y es que las grandes personas desbordan desde su buen fondo, incluso el cuerpo que les contiene. Esa avalancha de buenos sentimientos llevándose por delante mis más arraigados y frondosos prejuicios. Y hace de la gente que los desencadena, mis mejores amigos.
Hablar en su justa y correcta medida, aunque sea con acento andaluz, crea en mí una extraordinaria curiosidad. Y así es su discurso. He conocido a demasiadas pedorras teenagers de incontenible e impertinente verborrea, del mismo modo que encantadoras y calladas jovencitas han acabado por entristecerme con su desconcertante silencio. Siempre se lo digo, "hay tanta gente prescindible...", y sonríe y parece asentir, por aquello de quien calla, otorga. No lo sé. No sé su opinión de tantas cosas, en realidad... Y no me importa, realmente no lo considero relevante, aunque me parezca una pequeña progre comunista. El bien ya está hecho. Escucha, no oye. Habla, no cotorrea. Soporta tranquilamente a quienes para otros sería imposible.
No me gusta hablar bien de la gente, es un regalo que a veces nadie te devuelve, creyendo que es un préstamo que algún día les he de reclamar. Y no lo pretendo. No pretendo que me correspondan. Simplemente espero, precisamente, que se den cuenta de ello, de mi interesado desinterés al respecto. Y si, como creo, ella me conoce al menos lo suficiente en estos asuntos, no habré perdido el tiempo halagándola gratuitamente.
Y hoy, concretamente hoy, no tengo más que añadir.
Observa detenidamente a la gente aunque crea que nadie se da cuenta. Los profesionales de la meticulosidad sí que lo hacemos, pero sabemos perfectamente que, llegado el momento, será una de los nuestros. No hay prisa, esa clase de fallos se corrigen con el tiempo casi siempre. Sobre todo cuando, como ella, abultas poco y pasas desapercibido, a pesar de su particular estilo.
Bien es sabido que entre mis fobias irreversibles se encuentran los pañuelos palestinos. Un ansia pirómana me invade cada vez que detecto uno de esos trapos cerca. Al igual que las rastas, cuyo tacto me causa tanta grima. Pero sin ambas cosas, no sé si el mundo, pero al menos yo, sabemos que no sería lo mismo. Habría una anomalía inexplicable. Uno llega a pensar que en su propia esencia se encuentran enraizadas esas dos características que, en cualquier otra persona, me darían algo más que grima. Y es que las grandes personas desbordan desde su buen fondo, incluso el cuerpo que les contiene. Esa avalancha de buenos sentimientos llevándose por delante mis más arraigados y frondosos prejuicios. Y hace de la gente que los desencadena, mis mejores amigos.
Hablar en su justa y correcta medida, aunque sea con acento andaluz, crea en mí una extraordinaria curiosidad. Y así es su discurso. He conocido a demasiadas pedorras teenagers de incontenible e impertinente verborrea, del mismo modo que encantadoras y calladas jovencitas han acabado por entristecerme con su desconcertante silencio. Siempre se lo digo, "hay tanta gente prescindible...", y sonríe y parece asentir, por aquello de quien calla, otorga. No lo sé. No sé su opinión de tantas cosas, en realidad... Y no me importa, realmente no lo considero relevante, aunque me parezca una pequeña progre comunista. El bien ya está hecho. Escucha, no oye. Habla, no cotorrea. Soporta tranquilamente a quienes para otros sería imposible.
No me gusta hablar bien de la gente, es un regalo que a veces nadie te devuelve, creyendo que es un préstamo que algún día les he de reclamar. Y no lo pretendo. No pretendo que me correspondan. Simplemente espero, precisamente, que se den cuenta de ello, de mi interesado desinterés al respecto. Y si, como creo, ella me conoce al menos lo suficiente en estos asuntos, no habré perdido el tiempo halagándola gratuitamente.
Y hoy, concretamente hoy, no tengo más que añadir.
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5 comentarios:
Además soporta bien las novatadas, como cuando se le mete forzosamente a alguien ajeno en la habitación
Sr. Anónimo, explíquese.
No sé quién es el anónimo, pero supongo que sé a lo que se refiere...
Anónimo habla del Caso Galán
Anónimo, identifíquese, haga el favor.
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