lunes, agosto 08, 2016
REALISMO NADA LIMPIO I
Este calor espantoso,
estas moscas que me persiguen como fans de mierda,
nutren mi urticaria
mientras espero en esta esquina sin sombra.
Cada vez me resulta más difícil rascarme
desde que las uñas
empezaron a resultar más útiles como alimento
que como alivio cutáneo a mi delirio.
Además, ahora el dolor es constante
al forzar estos muñones dactilares sanguinolentos
a lijarse contra estos brazos secos:
hasta diez padrastros furiosos
eyaculan su ira por cada borde de mis dedos.
Cada vez me es más complicado morderme el labio
(y, desde luego, morder los ajenos)
desde que las últimas cuatrocientas madrugadas hice de mis fauces
una fábrica de polvo de sarro y caries.
Empujo con la lengua cada borde inflamado
y tiño de rojo las flemas densas y pegajosas
que saltan al ruedo bajo el paladar entre carraspeos nerviosos:
no pienso escupir mi desayuno, comida, merienda y cena,
no pienso escupir mi anestesia ni mi pasatiempo.
Me aburro,
ando a la búsqueda de vello infectado
en cualquier parte del cuerpo,
un lugar donde apretar hasta oír ese tac
ese anuncio de trofeo en forma de pus y bulbo,
de pelo retorcido y húmedo agonizando sobre mi índice.
Parece que tendré éxito
si me sigo explorando las ingles:
ya noto varios bultos, varios volcanes aún vírgenes
dispuestos a entregarse a los encantos de mis yemas.
Saco la lengua y arrugo el gesto durante la operación,
varios goterones burbujeantes salen a ver mundo
y se unen a la colección de lamparones de mi camiseta.
Sigo esperando en esta esquina sin sombra.
Soy una esponja estrujada sufriendo una hemorragia en cada poro,
un museo ambulante de venas masacradas,
esperando sin remedio a que un Mercedes blanco
o cualquier carromato destartalado
me lleve allá donde mis problemas
se solventan
a golpes de aguja
y correa desgastada.
Pero no se lo contéis a nadie.
estas moscas que me persiguen como fans de mierda,
nutren mi urticaria
mientras espero en esta esquina sin sombra.
Cada vez me resulta más difícil rascarme
desde que las uñas
empezaron a resultar más útiles como alimento
que como alivio cutáneo a mi delirio.
Además, ahora el dolor es constante
al forzar estos muñones dactilares sanguinolentos
a lijarse contra estos brazos secos:
hasta diez padrastros furiosos
eyaculan su ira por cada borde de mis dedos.
Cada vez me es más complicado morderme el labio
(y, desde luego, morder los ajenos)
desde que las últimas cuatrocientas madrugadas hice de mis fauces
una fábrica de polvo de sarro y caries.
Empujo con la lengua cada borde inflamado
y tiño de rojo las flemas densas y pegajosas
que saltan al ruedo bajo el paladar entre carraspeos nerviosos:
no pienso escupir mi desayuno, comida, merienda y cena,
no pienso escupir mi anestesia ni mi pasatiempo.
Me aburro,
ando a la búsqueda de vello infectado
en cualquier parte del cuerpo,
un lugar donde apretar hasta oír ese tac
ese anuncio de trofeo en forma de pus y bulbo,
de pelo retorcido y húmedo agonizando sobre mi índice.
Parece que tendré éxito
si me sigo explorando las ingles:
ya noto varios bultos, varios volcanes aún vírgenes
dispuestos a entregarse a los encantos de mis yemas.
Saco la lengua y arrugo el gesto durante la operación,
varios goterones burbujeantes salen a ver mundo
y se unen a la colección de lamparones de mi camiseta.
Sigo esperando en esta esquina sin sombra.
Soy una esponja estrujada sufriendo una hemorragia en cada poro,
un museo ambulante de venas masacradas,
esperando sin remedio a que un Mercedes blanco
o cualquier carromato destartalado
me lleve allá donde mis problemas
se solventan
a golpes de aguja
y correa desgastada.
Pero no se lo contéis a nadie.
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