Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.
Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.
Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.
Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.
Día tercero
del décimo mes
de Mil ochocientos
ochenta y siempre.
En el día de hoy
se ha declarado una fiesta,
un homenaje a las riendas más frías,
más aptas
para la diligencia de los meridianos
y las buenas gentes que los cruzan.
Se besan las víctimas,
estrangulan los mapas
y no habrá desfiles cuando silbe el fin
porque los muertos
no marcan bien el paso,
porque los mutilados
son sólo una parte de sí mismos
incapaz de sostener
conciencias tan metálicas.
Escupir en los laureles
resucita sus hojas secas
y llama a filas a enjambres ocultos.
Floja como un pene adormecido
nuestra saliva se deja caer
elásticamente
desde la frente al labio inferior
de la boca del César. Y su horda,
su horda siente tanto asco
que nos deja pasar. Son ellos,
son ellos quienes trazan
la cicatriz que cruzamos.
Quién podría, pues, entonces
plantarnos al pie de sus oraciones
si tantos nos quieren polen abortivo
con ignoto «skyline» por desagüe.
Y tantos otros
del quebranto expectantes. Lástima
que este éxodo padezca
de circuito cerrado.
Conocen nuestro sabor,
desconocen nuestro saber. Discuten
el valor de un grupúsculo eterno
empeñado en autodestruirse
saltando desde una gran postdata.
Aquí seguir, borrachos de coherencia
esperando a que nos drene el tiempo.
Ya ves, Mallarmé,
tampoco se puede
no gustar a todo el mundo.
Siempre está encendido y explica la casa. Venid. Hay algo vivo dentro del horno y no nos falta la leña. Duran poco los silencios en los infiernos persistentes. Sudor finge ser vidrio entre espectador y verdugo. Porque la puerta es ciega, el humo la guía al desbordarse. Su olor barre nuestros cuerpos a capricho del viento que esté al mando. Y de nuevo apartamos otra pistola plañidera dispuesta a llorar justificaciones. Estamos respirando nuestro segundo bautismo. Esperando inútilmente a que haya calma dentro del horno, a que el grito se haga aroma, su sufrimiento nuestro alimento. Y nos sobra la leña, sus mundos se acaban sin su permiso, se confunden las pieles, la carne no es débil, pero tampoco invencible ante la nuestra. Sin embargo sabemos que los rescoldos son de sueño ligero y que una mano surgirá de entre ellos para golpear el metal con sus secos nudillos. Por eso nunca puede faltar el combustible. Nunca hasta el antirruido. Nunca. Porque bastante condena nos imponen esos recuerdos que al incinerarse dejan en las conciencias un largo perfume a crematorio. Estamos respirando las cenizas que nos explican.
Cuando la civilización clásica que da sentido a la nuestra estaba a punto de caer, el último gran general romano, Flavio Aecio, que aplicó a Atila el martillazo en el hocico que le haría pensarse dos veces humillar al Imperio Romano, murió asesinado en el 454 por el deplorable emperador Valentiniano III. Su muerte significó, apenas veinte años después, la desintegración del Estado más importante de la Historia de la Humanidad: Roma, admirada por chinos incluso a día de hoy, creída mítica y legendaria por los hindúes, inimaginable para las civilizaciones amerindias. Lo que luego se llamó Cristiandad y después -más ampliado- Occidente, sin embargo, fue capaz de sobreponerse al caos y a los intentos de invasiones e imponerse sobre el resto del mundo, expandiendo sus valores, sus virtudes y, por supuesto, sus defectos y miserias.
Desafiando imprudentemente a una gripe a medio curar (así ando hoy, parezco Eros Ramazzotti con Autotune), anoche acudí a un conocido local en el que los miércoles se organizan "jams" de poesía. Durante la velada, un joven leyó un relato escrito por él mismo que básicamente -creo recordar- describía de una manera a mi juicio gratuitamente soez y ramplona la relación ultraviolenta del narrador para con una prostituta a la que sometía a toda clase de vejaciones desgraciadamente más vistas que el Tebeo, suicidándose aquél al concluir el mismo.
Tanto el relato como la forma de leerlo ante el micrófono pareciéronme horrendas. Además, se me hizo demasiado largo para los cinco minutos de cortesía que se les dan a los participantes. En fin, hasta aquí "just the same old shit".
Lo que me pareció inusual fue lo que vino después.
Al final de cada "jam", la dirección del local elige de forma totalmente arbitraria y general (con varios votantes ya fallecidos) a la persona ganadora de la noche. Me parece tan simbólico como divertido. Como ya saben muchos de qué local hablo, sabrán de sobra en qué consiste el premio. Yo lo gané y conservo el trofeo, por supuesto. Vale, me enrollo. Pues bien, la ganadora de la noche fue una chica que, tras haber leído lo que me pareció un enésimo panfleto desbordante de ideología prepúber, aprovechó para tratar de soltar un "speech" contra el chico que había leído el relato al que me he referido más arriba, diciendo que "había sentido ganas de abandonar la habitación", que "las prostitutas eran seres humanos (¡NO! ¿EN SERIO?)" e iba aumentando la gesticulación y el tono. Ay, ya estaba paladeando el aplauso fácil de la masa. Pero entonces...
Entonces, el coordinador de la jam decidió intervenir, a mi juicio, con muy buen criterio. Al igual que yo, y mojándose por su "cargo", dijo que el relato no le había gustado, pero que en ningún momento había dado a entender que realizase apología de la violación o el maltrato, que ni siquiera estaba hablando en su nombre sino por boca de un personaje a todas luces abyecto.
Pero la respuesta de la chica, que no creo que llegue a los veinticinco, me dejó helado. De hecho, creo que fui, de toda la gente asistente, el que más paralizado quedó:
"Da igual, es que eso HA SALIDO DE LA CABEZA DE UNA PERSONA".
Entonces temblé de verdad porque Orwell en algún lugar estaba gritándonos "¡os lo dije!". El crimen mental ha anidado a la santa perfección en cabezas postadolescentes acostumbradas a que todo se les consienta, a afirmar sin rubor que todo lo que no les gusta o les contraría es malo, fascista, machista, racista o antidemocrático. ¿En serio que no les suena esto a algo?
¿Qué clase de Juzgados Populares mentales pueden impedir a alguien hablar de la realidad, triste realidad, sólo porque no nos gusta? ¿No puedo yo escribir una novela pseudoautobiográfica de un pederasta, con todo lujo de detalles acerca de sus tropelías? ¿Eso significa que yo lo sea, que apruebe tales conductas? ¿Son los guionistas de la saga fílmica "Saw" psicópatas, peligrosos trastornados mentales? ¿Estaba loco Anthony Burgess?
¿Qué neopuritanismo es éste? No es que se esté hablando aquí de la defensa de una ofensa deliberada y consciente hacia una persona o colectivo, de la apología de criminales por sus actos con humillación a sus víctimas, no: aquí se está privando al ser humano de mostrar una parte de realidad (o ficción) que no por ser mostrada significa que haya de servir de ejemplo ni mucho menos.
Parece ser que en Italia han decidido modificar la obra "Carmen" para que quien muera al final de la misma sea no la de Ronda, sino su enamorado. Gran gilipollez, dos perspectivas:
La primera: me parece una mierda y un escupitajo a Bizet y Mérimée, pero el artista que haga lo que le venga en gana. Incluso mierdas como éstas.
La segunda: de los creadores del "crimen mental" llega "borremos la Historia, borremos nuestra realidad", con una carga ideológica tan nauseabunda que no sé cómo la gente que ha visto tal cosa sale del teatro con el estómago reposado.
¿Qué tal una Pasión de Cristo en la que antes de subir a los Cielos Jesús llama a su Comando Apostólico y con el apoyo de la artillería aérea celestial se carga al Imperio Romano y convierte a Caifás en una especie de Gargamel Virago?
¿Qué sociedad de anormales está creando Occidente? ¿Tenemos salvación? ¿Están los nuevos Atilas en nuestra casa y no más allá del Danubio? ¿Dónde están los Hijos de Atila? Ni idea.
Sólo digo una cosa más.
Hoy tenemos de guardianes de la civilización a Trump, a Putin (sí, a Putin) y al Papa Francisco. Es lo que hay. No quedan Aecios, troncos.
Ayer, nada más levantarme, tuve una pesadilla horrible: me perseguía una horda civilizada compuesta por una abigarrada mezcla de imbéciles dinámicos.
Fue terrorífico. Hacía mucho tiempo que no sentía la obligación real de aburrirme.
Desbordado por los acontecimientos eché a correr hacia mi casa y hubo suerte: cuando llegué las sábanas aún estaban calientes y ni tu recuerdo ni la cafeína pudieron mantenerme despierto en un mundo que el resto de los mortales se empeña en que yo deteste, eso sí, siempre por mis propios miedos.
"Turbio, insípido, ennegrecido por la quietud de un tiempo que nos insulta ignorándonos." Así me define mi corazón en su biografía no autorizada, a partir de vértices de realidad desde donde cree haberme conocido, con la fe de quienes se saben ciegos. "Tan elástico como un azulejo sobrante disfrutando de su orfandad en un solar, amarrado a una pálida sensación de musgo herido, mutado, sometido al destierro biológico por la polución." Así me describió mi Ángel de la Guarda en su último informe para el Gran Jefe, a sabiendas de que exageraba, a sabiendas de que sus palabras sonaban demasiado humanas, demasiado pedantes. "Máquina cansada pero en activo, pistola antigua al alcance de cualquiera, percutor caprichoso, gatillo condescendiente, arma indolente con muchas ganas todavía de seguir disparando contra conciencias blindadas." Así lo afirma mi cerebro cuando declara como testigo todos los días ante ese Jurado Popular que es mi civilización. La vista es pública, la audiencia, íntima, el juicio, de por vida, y sólo se distingue el timbre de mi llanto, y el tono de mis carcajadas a puerta cerrada, ventanas abiertas, cuando me desbordan mareas de ojos pero baja el volumen de sus críticas. Entonces el momento se hace oportunidad, la oportunidad obligación, la obligación necesidad y la necesidad, alivio aún por padecer. Por eso les digo, hoy que la nada está ahí fuera, que aprovechen, hermanos y hermanas, contemplen el silencio, escriban sobre la piel de su calma y háblense, de vez en cuando, de sí mismos... aunque sea mal.
Pensé que todo seguiría igual
tan sólo porque sigo indultando a las arañas
que recorren la habitación donde, antaño,
solíais compartir esquina, telas y veneno.
Pero no.
Todo es más todo
si la nada no lo es del todo,
si las paredes gritan pudorosas y desnudas,
si la metralla en mi cabeza escupe tu nombre,
si las luces descansan y lloran.
Recobrar el compás que perdí
después del bombardeo
será traición sádica sobre un cuerpo punible
que quiso merecerlo: una victoria
con mirada demasiado triste.
El tiempo es lento taladrando verdades
en la caja de Judas,
pero el serrín que se burla de mis ojos
impide que brote el llanto,
impide que vea con claridad tu sepsis.
La reyerta continúa
aun con tus colmillos in absentia.
Tras la tempestad llega la calma.
Tras la calma, la supervivencia.
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