EXPOSICIÓN DE MOTIVOS

Las altas esferas nos miran con paternal complacencia. De lo que no son conscientes es de que nosotros, pequeños y escasos asteroides en plena explosión demográfica, cuando giramos a su alrededor, no lo hacemos dócilmente. Les escrutamos, les estudiamos. Una y otra vez. Aunque ya tengamos demasiado vistas sus superficies leprosas y salpicadas de chancros sifilíticos. Simplemente nos estamos reproduciendo, poco a poco. Estamos esperando el momento ideal, que acontecerá el día más pensado, cuando a la ocasión la pinten con rastas hasta la mismísima culera, para lanzarnos sobre sus sorprendidas caras. Algún día caeremos como hierros al rojo vivo sobre sus cordilleras podridas. No habrá coordinación, será una lluvia ácrata, un chubasco irregular y Aleatorio, sin una política definida. POR FIN.

Nuestros cerebros serán meteoritos de todos los colores. Eso es lo de menos. Caeremos a su derecha, a su izquierda, en sus bancos y en sus politburós. En sus templos, en sus logias, en sus sedes del partido, en sus Casas del Pueblo. Lapidaremos mentalmente sus Cuarteles Generales, sus centros de comunicaciones monodireccionales. Pianos de Jerry Lee Lewis sin teclas berreando silenciosamente "Great Balls of Fire". Eso seremos.

Pero mientras tanto, seguimos aumentando la familia. Se engrosa el cinturón. Es una batalla entre la mitosis asnal y la del pensamiento auténticamente libre.

Y se acabó el "si Dios quiere". Habremos de querer nosotros. Porque, llamadme loco, eso es lo que creo que Dios quiere: mujeres, hombres, personas actuando por sí mismos... con el pensamiento verdaderamente libre.

Firmado: una bomba nuclear tranquila.

jueves, noviembre 22, 2007

Reclamando

Pocas cosas gustan tanto al nacionalismo garrafonetti como reclamar. En la inmensa mayoría de los casos suele salirle gratis, y es la fuente de alimentación principal de estas ideologías. Mediante la petición de derechos, competencias, autogobierno y territorios, la voraz máquina política del nacionalismo nutre sus depósitos como único modo de funcionamiento. Como si de una motocicleta se tratase, en el momento en que se queda sin combustible de este tipo, el nacionalismo sabe que perderá el equilibrio y que caerá, inmóvil, sobre el asfalto de la historia. Ningún nacionalismo se conforma con lo que tiene, y, por ser un hábito altamente adictivo, cuanto más se reclama, más se quiere, más se desea. Independientemente de que el nacionalismo sea separador o unificador. En este último caso es más comprensible a todas luces, que no por ello lícito. Ciertamente, el unionismo nacionalista pretende englobar en un solo Estado todos aquellos territorios que considera habitados por un mismo pueblo o grupo étnico. En verdad no hace falta ser un genio para saber esto. Pero en el caso del nacionalismo separatista, además de buscar la progresiva separación de un Estado que, según aquél, oprime y aculturiza, con frecuencia trata de expandir sus fronteras originales hasta límites insospechados.

Verbigracia. Por si resultaran ya no poco delirantes las aspiraciones independentistas del nacionalismo vasco (encabezado por su Gobierno) respecto de su territorio actual, esto es, la Comunidad Autónoma Vasca, sus apetencias, que desde hace años se centran en el antiguo Reyno de Navarra, se extienden ahora desvergonzadamente a muchas otras zonas de España. Los figurines y figurones nacionalistas han puesto ya hace tiempo sus ojos en el cántabro Valle de Villaverde y en el Condado de Treviño (enclaves ambos situados dentro del territorio vasco), y ahora, con total impunidad y chulería, se abalanzan sobre territorios limítrofes y otros que no lo son tanto. Se alzan ya dentro del nacionalismo vasco voces (mejor, berridos) que reclaman la anexión de Castro Urdiales, Ontón y otras localidades del Este cántabro, otras del Norte de Burgos (Miranda de Ebro), la completa o casi total anexión de La Rioja (Errioxa para estos pipiolos… ¿y yo tengo que escribir Gipuzkoa para no ofenderles? Anda y que les den por el culo), y zonas de Huesca, ya en pleno Aragón. Eso sin contar tal cantidad de territorios en el Sur de Francia que estaría enumerándolos hasta pasado mañana. La novedad: ahora quieren Aquitania (Akitania, según estos maestros de la normalización lingüística). Vamos, que se han puesto a reclamar territorios hasta que se han aburrido. ¿Sus argumentos? Muy variados, eso sí. Desde el prehistoricismo más zoquete, pasando por la pertenencia durante unos cincuenta añitos de ciertas tierras de las antes citadas a su soñada Patria Vasca, al clásico y patético argumento demográfico. O todos combinados, qué coño. No será por falta de variedad. Lo cierto es que si sus pajas mentales se llevaran a la práctica, les iba a salir un pedazo de país que ya quisieran los albanokosovares (menudos aficionaos a su lado).

Pero los rebuznos no sólo se dejan sentir por esa parte de España. Aunque con menos intensidad o un poco más de pudor, los borricos hispánicos entonan sus asnales himnos por doquier. En Galicia, uno de los partidos en el gobierno, quiere zamparse buenos trozos de Asturias, León y Zamora, “porque allí hay gente que habla gallego”. Tócate los cojones. Reclamemos unos cuantos cantones suizos y otras zonas de Centroeuropa, que allí hay mucha gente que habla castellano. El nacionalismo asturiano, por supuesto, no se quiere quedar atrás en la carrera de la chorrada reclamante. Se quiere ciscar todo el Norte de León y Liébana (“Llébana”), en Cantabria. Los naziokas leoneses, por su parte, desean reinstaurar el antiguo Reino de León (“Llïón”) anexionándose Zamora, Salamanca, partes de Extremadura y, en Portugal, Miranda de Duero. En cuanto a los comuneros castellanos, sus fantasías sexuales desbordan lo imaginable: quieren Cantabria, La Rioja, todo el antiguo Reino de León, Utiel y Requena, la Comunidad de Madrid, y algunos hasta Murcia. No, si por pedir que no quede. Los nacionalistas aragoneses no sé qué querrán de momento, pero sus deseos de extender la “fabla” no tienen desperdicio en materia humorística. De los nacionalistas catalanes ya conocemos sus delirios patrióticos: el Rosellón, las Baleares, la Comunidad Valenciana y, la reclamación estrella, la ciudad de Alguer en Cerdeña. Los nacionalistas andaluces, muy resentidos ellos, aparte de dedicarse a intentar reconstruir la antigua Al-Ándalus, andan muy atareados en convertirse (reconvertirse, según ellos, pobres ignorantes), a esa secta repugnante que es el Islam. Los naziokas extremeños y los murcianos no han elaborado aún demasiadas teorías con las que reírnos un rato. Por el momento, ya andan intentando reconstruir sus “lenguas nacionales”, el castúo y el panocho, respectivamente. Ánimo…

Y qué decir del nacionalismo cántabro. Para mí el más divertido, por eso de tenerlo en casa. Aparte de ser ridículamente minoritario, no crean ustedes que no tiene sus ansias expansionistas. Entre sus apetencias, la Montaña Palentina, Espinosa de los Monteros, Aguilar de Campóo, las Encartaciones, y el Valle del Mena. Casi ná. Por no olvidar aquella consigna tan graciosa en su época: “del Sella al Nervión, Cantabria es Nación”. Y lo peor es que se creen lo que dicen. Festival del humor.

Reclamad, reclamad, malditos. Un poquito más y conseguiréis entre todos que definitivamente España sea una llanura llena de hienas y/o chacales. Que Xirinacs, Arana y Blas Infante os guíen desde los cielos.

Amén.